NATURALEZA

La planta que realzaba la belleza de las mujeres

La belladona crece en claros de hayedos o en bosques húmedos del Pirineo aragonés. Medicinal y tóxica a la vez, esta solanácea, empleada desde la antigüedad, contiene alcaloides y otras sustancias peligrosas.

Cuando tenía 15 años, disfrutando en familia de unas vacaciones de verano en el valle de Benasque, encontré junto a la carretera que sube a los Llanos del Hospital una especie vegetal de la que ya habíamos oído hablar, pero que nunca antes habíamos visto en vivo y en directo ni mis padres ni yo. Se trataba de la belladona, una planta mágica, temida por su toxicidad pero a la vez usada desde la antigüedad por sus virtudes medicinales y otras que ahora contaremos.

El hallazgo de la belladona fue celebrado con fotografías y con la redacción de un artículo por parte de mi padre, Julio Viñuales, en el boletín de la Sociedad Naturalista Medofosa, donde escribió: "Siempre me ha atraído este nombre, que me imaginaba como algo realmente fascinante. Pensaba que vendría de 'bella' -bonita, guapa- y de 'dona' -dama, mujer, señora-. Tenía ganas de saber cómo era la belladona, porque solo sabía que era algo que servía en medicina. Ahora sé que sus bayas, de color negro brillante, contienen alcaloides capaces de producir una acción calmante, narcótica y venenosa, y que tienen la particularidad de dilatar las pupilas y paralizar el iris, por lo que en pequeñas dosis se emplea en medicina -como antiespasmódico y contra los cólicos- y en cirugía oftalmológica. También me he informado de que la belladona puede producir efectos en el sistema nervioso central, en el ritmo cardíaco y el aparato respiratorio".

Este encuentro y el posterior artículo nos motivó a conocer más sobre esta planta pirenaica, consultando libros de botánica y de medicina donde sus páginas nos contaron que a pesar que antiguamente se llegó a usar como cosmético por algunas mujeres de Egipto y de Siria con el fin de dilatar las pupilas, la intoxicación puede provocar la muerte al cuarto de hora de haber consumido ese fruto que nunca hay que confundir con una mora de grueso tamaño. Se dice que tras su ingesta, y debido al alcaloide de 'la atropina', a uno se le dilatan las pupilas, se le paraliza la garganta -impidiendo tragar- ocasionando sed y finalmente la muerte con los ojos bien abiertos. También se cuenta que debido a sus alcaloides y otras sustancias, en el Medievo fue parte de recetas brujeriles.

La belladona se distribuye dentro de la Península Ibérica por la cordillera pirenaica, zonas del interior de Cataluña y norte de Castellón, y especialmente en el País Vasco y en la Cordillera Cantábrica. También se le localiza en algunos puntos del Sistema Ibérico como las turolenses Sierras de Gúdar o de Javalambre. En posteriores paseos y excursiones la hemos visto en el valle de Aínsa, en el de Hecho, en Lizara -Aragüés del Puerto-, en Ordesa y en Bujaruelo, sobre el congosto del Ventamillo en Seira? y es que en el Pirineo Aragonés la belladona está presente en casi todos los altos valles, bajando por las umbrías al Prepirineo y llegando hasta la Depresión del Ebro en los alrededores de la ciudad de Barbastro e incluso a Lanaja.

Su nombre científico es Atropa belladona, y se trata de una planta herbácea de 50 a 150 cm, pelosa y ramificada, llamativa, que florece de junio a agosto, con flores en forma de campanillas de color violeta-pardusco, de mal olor, y cuyo interior es amarillo sucio. Las hojas son ovaladas, puntiagudas, enteras y grandes -de más de 4 centímetros de ancho-. Crece en bosques, caminos, sitios húmedos, con preferencia por terrenos calizos, en alturas de hasta 1.800 metros sobre el nivel del mar.