NOCHES DE VERANO

Una de indios y vaqueros

No hay que recurrir al espagueti para encarnar al genuino oeste de la inmortal ciudad. Reservas indias en el Casco Viejo y country fetén en la avenida de Goya. Y Soul. Y Rock.

Una de indios y vaqueros
Una de indios y vaqueros
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En este pueblo no hay mar, pero fue una noche después de un concierto. Agonizaba el decenio de honradez felipista. Tarareaba Barbarita una melodía que acababa de interpretar Sabina. Ya hace un tiempo. Todavía no habían inaugurado el Auditorio. El tono de voz no era lo más sugerente de Barbarita, trigueña y hermosa ella. Me preguntó por mi gorra. Acaso le gustó. Y me interrogó después por mi nombre y mi apellido, por mis aficiones, hasta por mis vicios. Y me dijo que era cubana. De Matanzas. Y siguió evocando a Sabina: «Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar, mientras un servidor le levanta la falda a la luna?». Toda una declaración de intenciones, oye. Y un mojito. Y un ron. Y qué buenos eran los mojitos de El Malecón. Y después demostró estar versada en literatura española. Fidel se esmera en educación (en su educación, por supuesto). Y en sanidad. Desde luego, Barbarita no estaba enferma: buena, pero que muy buena? Y después me castigó con historia. Puso a parir a Cristóbal Colón. Vamos, que ni fray Bartolomé de las Casas. Y lo le dije que nanay, que afortunados los indígenas colonizados por los españoles. Tan sencillo como que por algo estaba ella allí, frente a mis ojillos miopes. A nosotros, entre los romanos, los godos, los árabes y algún judío, nos ha gustado emparentarnos. Peor les fue a los indígenas de América del Norte. Los ingleses dejaron tantos como búfalos: quedan cuatro. Se merendaron hasta al de la guitarra. Cuatro, decía, y encerrados en una reserva. Y allí di por concluida mi exposición para centrarme en otros pareceres y sentires de Barbarita, faceta en la que afortunadamente hubo muchos más puntos de convergencia.

Más de tres lustros después, extraviado en mis sentidos el aroma de Barbarita, aún reverbera en alguna cavidad cerebral la parrafada que me soltó acerca de los españoles. Solo le faltó alabar a Fidel, argumentación que se rebatía por sí misma al preguntarle qué hacía ella en Zaragoza huída del sátrapa. Desde luego, si una noche la vuelvo a ver en este pueblo sin mar después de un concierto, cabalgaré con ella hasta El Jinete Nocturno, en la calle Argensola. Allí, Jesús Martín García le explicará la diferencia entre un indio y un vaquero. No hay más que ver a Jesús para imaginarse por qué le llaman el Indio. Larga cabellera, cinta en el pelo, prendas sioux de pies a cabeza. Antes anduvo por el restaurante Doña Petronila, y en Los Agosteros, y en La Canela. Pero él se sintió indio desde niño, desde que le regalaron un fuerte federal para Reyes. En El Jinete ha trasladado toda su identificación con este pueblo.

Nube Roja y Sol Naciente

Personaje curioso, el Indio, también llamado Nube Roja. Juan Antonio Hernández 'Fortuna', ex patriarca gitano, también le bautizó como el Lerele. Fue antes de crear un templo de la cultura sioux en pleno Casco Viejo de Zaragoza. Museo de obligada visita. Detrás de la barra, Ana. Sol Naciente, Ana. Además, música pegadiza, cerveza y/o combinados (no procede la adversativa: siempre y, hombre, por favor). Atuendos, armas, utensilios para la paz y para la guerra, recuerdos y más recuerdos de la conquista del oeste. Su pasión por esta cultura no queda aquí. El Indio también viaja en vacaciones a una reserva de Oklahoma o a Canadá para convivir con esta gente, con su gente. Podría invitar a Barbarita para que los protagonistas del exterminio le contaran. El Indio se comunica en la reserva con ellos en idioma sioux, pues no habla inglés. El desconocimiento de la lengua de Shakespeare no limita la condición políglota del Indio: habla perfectamente el castellano y domina con soltura el caló, que por algo le tildó el Fortuna de Lerele. Su local, desde luego, es completísimo, además de acogedor. No lo digo exclusivamente yo. También Loquillo, Sancho Gracia, Álvaro de Luna, Andoni Ferreño, Melendi, La Chunga, Quique San Francisco, La Frontera y hasta Martica Garú. Nieves Herrero presentó un libro allí. Prometo que te llevaré, querida Barbarita.

Y si no te van del todo los indios, nos iremos con los vaqueros. Por ejemplo, a El Whisky Viejo en la avenida de Goya. Pasaron por allí Javier, Sandra, Pedro. Ahora habita Félix entre las paredes decoradas con piel de vaca tejana y los asientos de piel de búfalo. La idea fue de Javier, que compró los aperos del decorado en un viaje que realizó a Estados Unidos con los camareros del Juan Sebastián Bar. Entre Nueva York y Nueva Orleáns encontraron lo que buscaban. Es precioso. Qué pena que yo no me aproxime a Robert Capa ni Alberto Corda. Desde luego, las fotos anejas no narran con exactitud lo que allí se ve. Ni lo que se escucha: desde los 50 a Amy Whinehouse, rock, country, jazz, soul, funky. Fetén. Deleite en la barra y en el tímpano. De Bob Dylan a BB King, pasando por Rolling Stones, Chicago, Lou Reed, The Doors, Oasis, Eric Clapton, Bryan Ferry, Bruce Springsteen, John Lennon, Phil Collins, Nirvana, Santana y hasta Sinatra. Y cafés. Y whiskys irlandeses, las cinco denominaciones escocesas, canadienses, americanos, japoneses, ingleses, españoles. Y gin tonic. A mí me priva el sazonado con corteza de naranja, corteza de limón y una cereza. Degustar la cereza al concluir la copa sintetiza todo el gin tonic. Iremos un día de estos. Mejor dicho, una noche, Barbarita. A ver si entonces me cuentas cómo ves la Cuba post Fidel Castro. Que viva muchos años. Y, sobre todo, si es posible, que os deje vivir.

El Jinete Nocturno «no cortar cabellera». El Indio habla castellano (sin recurrir a los infinitivos), sioux y hasta caló. Armas, atuendos y ambiente indio.

El Whisky Viejo, el country de siempre. El oeste en Zaragoza se encuentra al este del Moncayo. Música eterna, whiskys, ginebras y otros deleites líquidos para abrevar entrada la noche.