SUELOS

La sal de la tierra

De clase por las Saladas de Bujaraloz
De clase por las Saladas de Bujaraloz
D. BADIA

En su último informe anual, la Agencia Europea de Medio Ambiente alertaba sobre los índices de salinidad de los suelos en el valle del Ebro, convirtiéndolos en una de las amenazas principales para los valores ecológicos en España. El documento detallaba los niveles de sales como un riesgo para la fertilidad del suelo, que además, al no poder ser cultivado no desarrollaría cubierta vegetal, favoreciendo su erosión por el agua y el viento, y encaminándolo hacia su desertificación.


Este escenario algo apocalíptico se asienta en un dato real: la sal de las tierras del valle del Ebro. Pero es un hecho con un origen natural. «La salinidad es intrínseca al valle del Ebro porque fue un mar cerrado» explica David Badía, profesor de Geología del Centro Politécnico Superior de Huesca y uno de los coordinadores del proyecto Erasmus de enseñanza medioambiental Sustmont. Cuando ese mar desapareció, la sal permaneció en el suelo. Esta salinización «se incrementa cuando el agua de la lluvia y otras precipitaciones se evapora, dejando también un rastro de sal en el suelo», añade Badía.


Desde la Dirección General de Centros de Investigación de la Comisión Europea, Arwyn Jones, de la unidad de Suelo del Instituto de Medio Ambiente, argumenta la alerta lanzada porque «el 30% de los terrenos de regadío del valle medio del Ebro eran salinos o sódicos, según un estudio de 2003». El doctor Ramón Aragüés, investigador del CITA (Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón), reconoce esos datos: «Pertenecen a una recopilación que hicimos con el doctor Juan Herrero y que se publicó en ‘Surcos de Aragón’ en el año 1988 en base a información del Iryda acerca de superficies afectadas por salinidad o potencialmente salinas. Esta recopilación concluyó que de las 535.000 hectáreas estudiadas, el 28% eran salinas o sódicas».


Por otra parte, como advierte Aragüés, este no es un problema aislado de la cuenca del Ebro: «Según la Organización Mundial de la Alimentación (FAO), cerca del 20% del regadío mundial tiene problemas de salinidad, y cada año se pierden hasta medio millón de hectáreas por este problema que es importante en el entorno Mediterráneo, con 27 millones de hectáreas afectadas por salinidad», explica este investigador que recientemente inpartí un curso en Bolivia sobre la agricultura de regadío su gestión y uso sostenible, con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.


Es cierto, sin embargo, que estas características naturales de nuestro suelo, determinadas por el origen de su formación, se agravaron por determinados usos humanos llevados a cabo en Aragón en décadas pasadas. «En cultivos de secano, –explica Badía–, no se mueve el suelo, la tierra se va lavando con la lluvia, y la sal de la superficie percola y va bajando a capas inferiores».


Pero en Aragón, como en otras partes de España, la transformación de las tierras de secano en regadío a mediados del siglo XX, «se hizo con la tecnología que existía en esos momentos, riegos por inundación o ‘a manta’ que exigían nivelar el terreno para acomodar las parcelas (’tablares’) a este riego. Esa nivelación acercó en algunos casos a la superficie del terreno los estratos geológicos salinos más profundos, convirtiendo los suelos de secano no salinos en suelos de regadío con problemas de salinidad», explica Aragüés.


«Este problema aumentó por la movilización de estas sales con los volúmenes de riego tan altos, cuyos excedentes elevaron además las aguas subterráneas en zonas con drenaje limitado provocando una mayor salinización», añade el experto del CITA.


Tanto Aragüés como Badía coinciden en que esta situación está cambiando con la introducción de sistemas de riego a presión (aspersión y goteo).


DEL RIEGO ‘A MANTA’ AL ASPERSOR

«En los años cincuenta -señala Aragüés-, el 100% del regadío aragonés era ‘a manta’. Con los programas de modernización de regadíos y con los nuevos regadíos en desarrollo, más del 50% será aspersión, sistema que no precisa de estas fuertes nivelaciones (aunque, al contrario que el riego a manta, tiene un elevado coste energético de bombeo y presurización). Además, la aspersión y el goteo mejoran el riego, lo que hace que disminuya la percolación profunda y, por lo tanto, la disolución de las sales geológicas. Asimismo, la recarga de las aguas subterráneas es menor que en el riego a manta, limitando la salinización de los suelos inducida por capas freáticas superficiales».


De manera que, aunque este problema sigue siendo muy relevante en algunos regadíos, la salinidad de nuestros suelos puede controlarse con un drenaje adecuado de los mismos, ya que en Aragón tenemos una circunstancia muy favorable: «Una parte muy importante de nuestras aguas de riego es de calidad excelente, ya que provienen del deshielo del Pirineo, con muy poca salinidad», explica el doctor Aragüés.


Badía, sin embargo, llama la atención sobre el problema de que esa sal que contiene el terreno en la depresión del Ebro «acabe en el río por el drenaje de los campos». «En Estados Unidos no se permite que se viertan aguas a los ríos si arrastran sal», añade este experto.


Por otra parte, Aragüés señala que «en España, y en Aragón en particular, el suelo está muy poco estudiado a pesar de los importantes efectos económicos negativos que tiene la degradación de la calidad de los mismos». A su parecer sin embargo,«la Unión Europea está muy concienciada con este problema y la aprobación de una Directiva Marco del Suelo, similar a la Directiva marco del Agua, exige y exigirá cada día mas a sus estados miembros el estudio y la conservación de este recurso que tiene una relevancia social y económica de primera magnitud».


GRAVES PROBLEMAS CON LOS CULTIVOS

La salinidad de los suelos tiene como consecuencia que las tierras dejan de ser cultivables. «En los cultivos hay distintos gradientes pero, en general, no son tolerantes a la sal. El de mayor tolerancia es la cebada. Fresas, guisantes, judías, tomates… todas las hortícolas, en general, que son cultivos de mayor valor añadido, son muy poco tolerantes», explica David Badía.


De manera que la sal reduce la gama de cultivos que se pueden explotar y además provoca una merma en la producción agrícola, pues los terrenos resultan menos fértiles.


«El maíz, que es muy importante en la cuenca del Ebro, es otro cultivo muy sensible a la salinidad. El rendimiento por hectárea puede bajar de 12 toneladas a 8 toneladas si el suelo es moderadamente salino. Por otro lado, algunos suelos son sódicos además de salinos, y estos suelos pueden producir costras superficiales muy duras (que los agricultores llaman ‘encarado’) que impiden la emergencia de cultivos sensibles como el maíz», señala el investigador Ramón Aragüés.


«En cuanto aumenta la salinidad del suelo, el rendimiento de los cultivos sensibles desciende rápidamente, y los suelos pueden degradarse seriamente, sobre todo si la salinidad es de tipo sódico. Se ha dicho que la sal es ‘el cancer de la tierra’ ya que con frecuencia no se aprecia su presencia, lo que puede provocar serios problemas a los agricultores y es una faceta económica que hay que tener en cuenta», resume el investigador Ramón Aragüés.


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