FENOLOGÍA DE PRIMAVERA

Todo un ecosistema en la hojarasca

Las hojas caídas de los árboles alimentan el suelo del bosque y generan el humus y los nutrientes que ellos mismos precisan, los cuales reciben a través de las raíces.

Hojarasca
Hojarasca
E. VIÑUALES

La semana pasada el genial naturalista Joaquín Araújo impartió una conferencia en el Patio de la Infanta de Ibercaja, en Zaragoza, con motivo del Año Internacional de los Bosques. Araújo habló de las bondades y de los beneficios de estos ecosistemas, y se refirió a la generosidad de los árboles, que son seres consumidores capaces de consumirse a sí mismos en un ejemplo de sostenibilidad, ya que crean un ciclo cerrado de vida-muerte-vida que nunca se agota y que no precisa de la detracción de recursos externos para el mantenimiento de su propio equilibrio. Las hojas caídas de los árboles alimentan el suelo del bosque y generan el humus y los nutrientes que ellos mismos precisan, los cuales reciben a través de las raíces.


Cuando estamos en el bosque, tal vez atraídos por la belleza de estos seres vivos de grandes dimensiones, no nos solemos fijar en el suelo donde descansa la hojarasca, esa alfombra vegetal de hojas muertas que cubre el lecho boscoso. Es allí donde el naturalista encuentra una vida silvestre muy importante que, sin embargo, por su diminuto tamaño no suele aparecer en las revistas, en los medios y en la prensa especializada. Paseando por un hayedo, uno va empujando con los pies los restos acumulados de cientos, miles, o millones de hojas secas y muertas. Este mullido tapiz cumple destacadas funciones. Por ejemplo, la hojarasca ayuda a mantener húmedo el suelo, impidiendo la evaporación, abrigándolo y protegiéndolo de variaciones bruscas de temperatura, y contribuyendo de forma notable, por otra parte, a la erosión del terreno.


¿QUIEN VIVE?

Pero, ¿quién vive entre y bajo ese lecho forestal que es hojarasca? Pues caracolillos, babosas, larvas, milpiés, lombrices… y miles de hongos y bacterias que con ayuda del calor primaveral y las continuadas lluvias son quienes facilitan algo aún más importante en la naturaleza: el proceso de la descomposición de la materia orgánica y la formación de suelo fértil. Se calcula que en un metro cuadrado de suelo y hasta una profundidad de 30 centímetros viven un billón de flagelados, 40.000 ácaros, 20 millones de nemátodos y 800 lombrices de tierra.


El naturalista Gerald Durrell decía que estos animalillos eran “activos jardineros” que a su vez pueden ser el alimento de pequeños vertebrados como sapos, salamandras o pequeñas musarañas pendencieras, quisquillosas y de voracidad prodigiosa. Aquí, observando el bosque a ras de suelo, uno se encuentra con el proceso de la sucesión ecológica, una pequeña y fascinante sociedad donde la muerte da lugar a al renacimiento del latido de la vida.


Las hojas muertas que cada otoño se dejan caer en el bosque terminarán, por descomposición, formando el oscuro humus. Joaquín Araújo a su paso por Zaragoza explicó que el término “humus” es el que dio origen a la palabra más crucial, “humano”… y que hace referencia a que los hombres somos un producto de la tierra, de la fertilidad del suelo… sin la que nada vivo podría antes haber existido.


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