LA FIESTA EN LA CALLE

Cómo estaba la plaza...

La lluvia cesó por la tarde y el corazón de la ciudad fue un hervidero de visitantes y zaragozanos dispuestos a aprovechar el día grande de las fiestas sin paraguas

Actuación de un grupo de folclore.
Cómo estaba la plaza...
VíCTOR LAX

Llevamos cuatro días con la ilusión de ver jotas, y nada. ¡Menudo berrinche llevo de no haber visto ni una jota!", se quejaba Eusebio Muñoz, jubilado de San Lorenzo del Escorial, que estaba dispuesto a desquitarse, sentado en la primera fila de sillas del escenario de la plaza del Pilar. Allí llevaba media hora y todavía le faltaba otra media hasta que las bandurrias empezaran a sonar a las 17.00. Y ya estaba más de la mitad del aforo reservado. "Hicimos hasta dos horas de cola para comprar entradas en el Auditorio", en el concurso de jotas, el único espectáculo que encontraron estos días, pero sin suerte. "No son unas fiestas tan buenas como ha dicho vuestro alcalde", añadía su esposa, Antonia Esteban.

A esas horas, por fin sin lluvia, la plaza del Pilar era un hervidero de personas que se repartían entre el desfile de trajes regionales, las estatuas callejeras (el único espectáculo a la vista) y el deseo de quedar inmortalizado delante de la imagen de la Virgen y su manto ya cubierto completamente de flores. Sin duda la principal afición, mirar y pasear. O abrirse camino entre las miles de personas.

En otra primera fila, la de las vallas que rodeaban la llegada de la Ofrenda de Flores, los espectadores se resistían a marcharse, viendo que todavía quedaban oferentes y el acto central de las fiestas recuperaba el esplendor perdido por las prisas de la mañana. "Estamos sin comer todavía porque hemos llegado y encontrado este sitio privilegiado", decía José Luis Melcón poco antes de las cinco. Venía en coche de La Rioja, "de la Ribera", puntualizaba, para pasar la tarde en Zaragoza. No había tenido problemas con la lluvia. Su primera "aventura" había sido buscar aparcamiento, que había logrado cerca de Ranillas. "Vamos a hacer merienda cena y a ver si podemos ir al teatro", explicaba junto a su esposa Teresa Álvarez. Su primera opción era ver sobre el escenario a un clásico de las fiestas. "Queremos ir a Marianico, que en directo hace muchos años que no lo vemos", confesaba. "Vamos a por una sobredosis de aragonesismo si conseguimos entradas", decía, con humor.

Los globos de un vendedor ambulante sobrevolaban la plaza y daban un toque de color en el cielo nublado que no dejó pasar el sol en toda la tarde. Por eso, nadie se fiaba y los paraguas siguieron siendo un complemento más del vestuario hasta el final del día. Pero el tiempo preocupaba menos porque ahora el objetivo era relajarse. Sin muchas esperas se podía encontrar mesa en algunas de las terrazas que rodeaban la plaza o en las cafeterías del pasaje El Ciclón. En este último, dos familias organizaban las sillas para sentarse a tomar un refrigerio. "Hemos venido de Utrillas a las cuatro de la tarde y a las ocho nos viene a buscar el autobús", explicaba Juan Francisco Campos, con una agenda apretada ya que acababan de entregar sus flores a la Virgen.

Souvenir con magia

En una de las salidas del pasaje, una rudimentaria máquina atraía la atención de los viandantes. "Convierta su moneda en medalla", anunciaba un cartel que explicaba cómo convertir una moneda de euro y otra de cinco céntimos en una medalla con la imagen de la Virgen del Pilar o de la Basílica. "Yo quiero la Virgen", confesaba Montse Martínez, llegada de Barcelona con su marido y sus dos hijos a pasar el día. Miraba a la clienta anterior que no hacía más que sacar basílicas. "Ahora toca la Virgen", decía su hijo Oriol, sin quitar ojo al señor que casi como un mago movía la prensa que unía las dos monedas en una. La fila de curiosos no hacía más que crecer.

El ir y venir de gente se multiplicaba con la apertura del recorrido de la ofrenda pasadas las seis. Tras el trabajo de las brigadas de limpieza las calles eran conquistadas por los viandantes un día más.