Goya en HERALDO (III)

Realizado por:

La primera página de los especiales pilaristas ha sido un escaparate de grandes firmas a lo largo de las últimas décadas.

Una cantera de aproximación al pintor

Pese a las graves dificultades que tuvo que sufrir HERALDO en la larga posguerra -incluida la carencia del papel, que fue especialmente dramática en los primeros años posbélicos-, nunca faltaron tampoco, ya desde los años cuarenta, y siguiendo una larga tradición heraldista, los suplementos especiales del 12 de octubre, los llamados ‘extras’ del Pilar. Con una primera página siempre a cargo de un destacado dibujante -Guillermo, Alberto Duce, Mariano Cariñena, Lalinde, etc.-, que ya en tiempos más modernos pasa por una etapa fotográfica -a cargo de José A. Duce-, con regreso al dibujo en estos últimos tiempos -con ilustradores de la ‘casa’, Pisón, Grañena, Aragón...-, el ‘extra’ del Pilar ha sido un escaparate de grandes firmas y de una sucesión de temas eminentemente aragoneses. Pero no es sobre estos suplementos -que merecen un estudio aparte- sino sobre la presencia de los temas goyescos en ellos, de lo que queremos hablar. Desde luego, en sus páginas vamos a encontrarnos con nuestros conocidos goyistas -Camón, Gállego, Torralba, José Pérez Gállego, Canellas, Barboza-Grasa-, pero además otra serie de nombres de evidente prestigio, pues hay que decir que el tema Goya ha sido uno de los más recurrentes de estos números extraordinarios en los que se ha pretendido siempre enaltecer a los aragoneses eminentes.
La portada del 'extra' del Pilar de 1978, obra de Lalinde, que coincidió con el 150 aniversario de la muerte de Goya.
La portada del 'extra' del Pilar de 1978, obra de Lalinde, que coincidió con el 150 aniversario de la muerte de Goya.
Heraldo.es

Camón Aznar, con ‘Los Sitios de Zaragoza en los grabados de Goya’ es quien inaugura el 11 de octubre de 1953 el tema Goya en estos extras pilaristas. Nuevamente Camón, con ‘El disparate en Gracián y Goya’, y Julián Gállego, con ‘Francia y Goya’, representan al pintor en el ‘extra’ de 1958. En el del 59 es una veterana pluma de1 periodismo y la literatura Antonio J. Onieva, quien trae el tema con ‘Al fin se amansó Goya...’ en torno al fuerte carácter de nuestro pintor y sus difíciles relaciones con el cabildo zaragozano y Bayeu. El autorretrato en el taller ilustraba el artículo. Nieva trataría en el 61 ‘A propósito del Goya robado en Londres’, en torno a la famosa sustracción del retrato de Wellington, y José Pérez Gállego en su ‘Aragón y lo aragonés en el cine’, trataba la presencia de Goya en ‘La Tirana’ y ‘La maja desnuda’.

En el 63 tenemos a Camón con su comparativo ‘Ramón Gómez de la Serna y Goya’, y en el 65 nuevamente a Onieva con ‘Las brujas de Aranjuez’ en torno a unas pinturas de tema brujeril existentes en el palacio de la casa ducal de Alba.

El ‘extra’ del 67 nos proporciona la sorpresa de cuatro páginas gráficas, con espléndidas fotografías de García Garrabella sobre ‘Goya y sus pinturas del Pilar’, donde se nos da a conocer la reciente restauración de los frescos de la cúpula Regina Martyrum.

En el 68 tenemos otras aportaciones goyescas: un nuevo Onieva, ‘Las pinturas negras de Goya’, ‘El terna de la Venida de la Virgen en la obra de Goya’, de Federico Torralba y ‘Venturas y desventuras de Goya en el cine’, en el que Pérez Gállego vuelve a la carga de la presencia de Goya en el séptimo arte.

En el 69 Antonio J. Onieva abunda en las relaciones de ‘Goya y Rosarito Weiss’. Y José F. Pérez Gállego se ocupa en ‘Goya, héroe inesperado de Buero Vallejo’, de la obra teatral El sueño de la razón. En el 70 proseguía Pérez Gállego su recorrido cinematográfico por Goya.

En este mismo año, Julián Gállego inauguraba su brillante aportación goyesca con una visión de conjunto del genio de Fuendetodos, ‘El pintor aragonés Francisco de Goya y Lucientes’, y Antonio J. Onieva hablaba de ‘El arte de los hermanos Bayeu’.

Los setenta

El ‘extra’ del 71 nos ofrecía una fotografía bajo el título ‘Goya, en el coreto del Pilar’, y un texto en el que se daba cuenta de la reciente limpieza y restauración de esta obra pilarista, realizada entre agosto y septiembre de dicho año por Joaquín Ballester.. La obra, llamada ‘Alegoría de la Divinidad o de la Gloria’, según el conde de la Viñaza, o ‘Adoración del nombre de Dios por los ángeles’, según Gudiol, fue considerada «pieza de habilidad y de buen gusto», por el Cabildo. Según leemos al pie de la fotografía -de García Garrabella, que reproduce un aspecto parcial de la pintura-, «En el arco del noroeste del fresco se descubrió a raíz de estos trabajos la inscripción que lo data y le da su irrebatible paternidad: Goya, año 1772».

El año 72 fue más pródigo en artículos goyescos, con un ‘Goya en la Cartuja’, donde Julián Gállego nos acerca a la importantísima obra del pintor en el zaragozano monasterio de Aula Dei; un ‘Goya en el Pilar’, de Antonio Beltrán, y una crónica de José Pérez Gállego titulada ‘Aventuras de tres aragoneses en Madrid’, en la que se nos cuentan las peripecias sufridas en la capital de España por tres estatuas dedicadas a Goya. Otros tres trabajos ilustrarán el número del 73, un nuevo Onieva, donde vuelve a las relaciones del pintor con Rosarito Weiss ‘En la vida de Goya. Rosarito Weiss’, y dos destacadas aportaciones de nuestros dos grandes goyistas: Julián Gállego, con un ‘Goya en Budapest’, y José Camón Aznar, con un ‘Goya y los niños’.

En el 74, Carmen Castro glosó el ‘coloso’ goyesco en su artículo ‘El ciclón’, ilustrado con esta obra. En el 75, Julián Gállego hizo un repaso a ‘Los autorretratos de Goya’, Federico Torralba volvió a la ‘Problemática de Goya en Aula Dei’, donde formula la realización de esta obra por periodos separados, y Francisco Umbral engalanó su brillante prosa con los pinceles del genio de Fuendetodos: «Goya, cartel de España, disparo negro, viento aragonés, testigo, testimonio, mártir... Goya, litografía a oscuras que deja el siglo de las luces lleno de sombras, que deja el oscurantismo nacional herido de luz». En el 76, Camón Aznar relaciona ‘El impresionismo español y Goya’ y en el 77, habla de ‘La Tauromaquia’.

El año 1978 se cumplía el 150 aniversario de la muerte de Goya. Además del suplemento del 16 de abril, el extra del Pilar se unió a la celebración con una portada del dibujante Lalinde dedicada a un Goya maduro, a lo Vicente López, con un fondo de la torre de La Seo y de su Pilar. En ese número, Antonio Beltrán habla de ‘Goya y la Virgen del Pilar’ y Ana María Navales traza un panorama de ‘Goya en la poesía’, con referencias literarias goyescas en la obra de autores españoles y extranjeros.

En los 'extras' del Pilar:
los pasos perdidos del pintor

Los años ochenta fueron pródigos en temas goyescos. La serie de restauraciones de la obra mural de Goya (Aula Dei, el Pilar, Muel...) y un nuevo interés por el Goya joven, el Goya más propiamente aragonés (auspiciado en buena parte por los propios restauradores de esa obra mural, el matrimonio Barboza-Grasa a través de las páginas de HERALDO) dieron un nuevo impulso a la presencia de Goya en el periódico y, también, en los extraordinarios del Pilar.

En 1980 Goya se nos traslada fuera de nuestras fronteras y tenemos a José Pérez Gállego haciéndonos un recorrido por ‘Goya en Londres’ y a Carlos González Lóbez relatándonos la ‘Vida y muerte de Goya en Burdeos’. Nuevamente González Lóbez aparece en 1981 con una pregunta inquietante y aún no respondida: ‘¿Qué fue de la cabeza de Goya?’.

Carlos Barboza nos hablaba de un ‘Goya circular’ (l781- 1981), en un viaje de ida y vuelta alrededor de la ‘Regina Martyrum’. Una idea a la que regresaría en su ‘De Altamira a Goya en el Pilar’, en el 82, una vez restaurada la ‘Regina’, unificando la expresión plástica española desde la cueva cántabra a la pintura al fresco de la cúpula pilarista. Ese año se cumplía el segundo centenario del legendario y precursor Banco de San Carlos y Julián Gállego escribía de ‘Goya en el Banco de España’.

El 83 abundó en temas goyescos: desde el formidable informe de Guillermo Fatás sobre ‘Noventa y nueve goyas fuera de España’ a ‘La cúpula Regina Martyrum y sus bocetos’ de Federico Torralba, pasando por un ‘Goya en Madrid’, de Julián Gállego y ‘Un coloso en Zaragoza’, de Carlos Barboza, sobre la enigmática obra goyesca existente en el palacio de la duquesa de Villahermosa en Pedrola.

No faltaban ‘Tres sonetos goyescos’ del poeta zaragozano Miguel Luesma: ‘Goya. Aquelarres’, ‘La maja desnuda’, ‘Los fusilamientos del tres de mayo de 1808’. De este último, referido a la figura central, escribe el poeta:

«Qué bravura, qué espanto, parecía fósil león de trágica melena. Faro radial, su desnudez serena sobre la hoguera de la Patria ardía. Blandiose el sable, y fue la muerte. Hería, certero, el pecho. La turbal colmena, con plomo del francés, cae y se llena de lívidos contrastes. Agonía. Pueblo harapiento, embrujo, primavera; rostro de España, luz, Cristo y no fiera, representó del cisne el postrer canto. Y hoy sigues en tu yunque melodía. Pobre, dormido, siendo todavía cruz blanca, incomprensión, catarsis, llanto».

En el 85, para suplir la ausencia de artículos goyescos del 84, se acumularon los temas relacionados con el pintor: Jacinto Luis Guereña habló de ‘Un perro que Goya pintó’, sobre la enigmática cabeza canina; Joaquín Aranda, del literario Goya de Feuchtwanger; Ricardo Centellas, un joven investigador incorporado a la sección crítica de ‘Artes y Letras’, señalaba la influencia del Padre Isla en nuestro pintor en ‘Isla, predicador en Zaragoza en 1757’; Federico Torralba nos habló de los testimonios de Teófilo Gautier sobre Goya en ‘Davillier y Gustavo Doré en tierras de Aragón’, y Carlos Barboza nos puso sobre ‘Los pasos perdidos de Goya’, en torno a algunos rastros ignorados del pintor por tierras aragonesas, dentro de su línea de investigación sobre el joven Goya.

De 1986 son los artículos de Julián Gállego ‘Goya en la Villa Favorita’ y de José Pérez Gállego ‘Goya en La Florida’. Julián Gállego escribe en el 87 ‘Goya vuelve a París’. En el 89, el mismo Julián Gállego escribió sobre ‘Venecia y Zaragoza’, en torno a la exposición de Goya en la ciudad de los canales, auspiciada por el Ayuntamiento zaragozano. Gonzalo M. Borrás, el catedrático de arte de la Universidad de Zaragoza, gran especialista del mudéjar, se ocupaba por vez primera en estas páginas del pintor y lo hacía con un artículo de claro entronque regionalista: ‘Francisco de Goya y la personalidad aragonesa en el arte’.

Artículo publicado por Julián Gállego en 1982.
Artículo publicado por Julián Gállego en 1982.
Heraldo.es

Goya en los noventa

El comienzo de los noventa nos trajo al profesor Ángel Canellas López con un ‘Goya joven en la basílica’, en torno a la presencia de Goya en el Pilar y con un final en el que subraya la amargura que sintió el pintor por sus disputas con el Cabildo zaragozano y el alejamiento de su tierra: «Toda mi felicidad la he perdido en Zaragoza», escribe en una carta del mes de junio de 1781.

Y señala Canellas: «Aquel episodio de las pechinas del Pilar alejan a Goya, con sus 35 años de edad, de la ciudad de Zaragoza. En los 47 que aún iba a vivir poco supuso esta tierra para el genial pintor: recibe en 1787 turrones de Zaragoza, que elogia; la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País le nombra socio de mérito en 1790, y son espaciadas y brevísimas sus estancias en esta ciudad. En 1808 le llamará el general Palafox y pasará en Fuendetodos el segundo sitio de Zaragoza, y en 1815 dejará para el canal Imperial de Aragón dos magníficos retratos del rey Fernando VII y del duque de San Carlos».

Triste conclusión para Canellas: «Goya, pues, es uno más en la nómina de tantos brillantísimos zaragozanos que esta ciudad no supo retener mientras vivieron».

En este mismo 1990, Juan Antonio Gracia anunciaba ilusionadamente que «Todas las pinturas de las cúpulas del Pilar serán restauradas», deseo que hasta el momento sólo se ha visto cumplido -ya restauradas con anterioridad la ‘Regina Martyrum’ y el coreto- con la cúpula de González Velázquez, gracias al patrocinio de la CAI en la celebración de su 90 aniversario. Por su parte, José Pérez Gállego habló de ‘Goya, pintor religioso’, en torno al libro del profesor Morales y Marín publicado por la DGA.

Los bocetos y la cúpula

En su artículo sobre la ‘Regina Martyrum’, el profesor Federico Torralba explica el enfado del cabildo con la realización de Goya en la cúpula del Pilar: la diferencia entre sus perfilados bocetos y lo que el artista plasmó en el muro, de pincelada tan suelta. «La técnica no abocetada de los bocetos se transformaba en boceto en la obra definitiva, naturalmente realizada para ser vista de lejos, como ya el propio Goya apuntó. La equivocación del cabildo fue que, convencidos del preciosismo de los proyectos, se imaginó que la obra definitiva había de reproducir aquellos modelos y, si estos eran tan acabados y ajustados, les parecía que, lógicamente, la obra definitiva lo había de ser aún más».

En el 91, Ana María Navales, en ‘Penúltimo retrato de Goya’, criticaba la poco afortunada visión sobre el pintor, muy llena de tópicos, de la obra teatral ‘Le dernier portrait de Francisco Goya’, de John Berger y Nella Bieslki, editada en Francia por Cham Vallan.

La propia Ana María Navales, en el ‘extra’ del 94, relacionaba las figuras de ‘Goya y... El Greco’ a través de la comparación entre los pueblos natales de ambos grandes pintores, Fuendetodos y Fódele en la isla de Creta. Julián Gállego, por su parte, escribía de uno de los grandes hallazgos goyescos de las últimas décadas, el llamado ‘Cuaderno Italiano’, al que se refería, en relación también con Zaragoza, en su artículo ‘Goya en Italia’.

La presencia del genio 
en 'Artes y Letras'

La primera referencia goyesca en ‘Artes y Letras’ es la del domingo 17 de ese mes de octubre inaugural, una espléndida fotografía, de Luis Mompel, de la ‘Regina Martyrum’, con una pequeña información en la que se da cuenta de que ha finalizado la restauración, por Carlos Barboza y Teresa Grasa, de la obra del pintor en la basílica del Pilar, y de la inminente aparición de un libro en torno a esta cúpula, editado por el Banco Zaragozano, con texto de Eduardo Torra, Federico Torralba, Tomás Domingo y los propios Barboza-Grasa. El domingo 31, en dos lugares distintos del suplemento, se hablaba de una subasta en pro de un monumento a Goya que para Barcelona, y con el apoyo de los centros aragoneses en la ciudad condal, realizaba el escultor turolense José Gonzalvo.
La cúpula 'Regina Martyrum' que pintó Goya en el Pilar ha sido objeto de restauraciones como la de Carlos Barboza y Teresa Grasa.
La cúpula 'Regina Martyrum' que pintó Goya en el Pilar ha sido objeto de restauraciones como la de Carlos Barboza y Teresa Grasa.
Guillermo Mestre

El primer artículo que trata propiamente de Goya es el de uno de los goyistas más asiduos de HERALDO, José Pérez Gállego. El recordado Ulises cinematográfico titulaba castizamente su artículo ‘Goya, la Pepa y el PSOE’, y hablaba de la exposición en Madrid sobre la Constitución española (esa ‘Pepa’ era el nombre también castizo con que se bautizó la de Cádiz), a la que asistió por cierto un juvenil e intelectual Alfonso Guerra. Era un 19 de diciembre, y el 26, Pedro de Lorenzo, el artesano de la pluma y extremeño iluminado, escribía ‘Goya, valor circulante’, en torno a la exposición de grabados de Goya que la Fundación March empezaba a mostrar por España y el mundo. Hoy ese ‘circulante’ lo hemos transformado, como todos saben, en ‘itinerante’.

Goya en Torrente Ballester

«La lección que obtengo de Goya excede lo puramente formal. Dejemos aparte sus retratos, sus cuadros de género y de historia, para quedarnos con las “confesiones” y las “diversiones”, es decir, todo aquello que no nace de una solicitación exterior; pero también conviene considerar alguna obra que, aunque encargada, la pudo realizar con toda libertad, como los frescos de San Antonio. Esas figuras que Goya pintó allá arriba, en la semioscuridad, son tan perfectas y tan profundas como los personajes de Dostoiewski: lecciones mudas de cómo pintar (¡quién pudiera!) un personaje, más allá de las triquiñuelas del llamado realismo. Las que llamó “confesiones” y “diversiones” comprenden las pinturas negras y buena parte de los dibujos. Estos suelen dejarme perplejo por la variedad de los procedimientos; aquéllos, por sí mismos, más que postular, exigen la interpretación y el comentario extrapictórico. Esa otra pintura nos revela el literato que coexistía, en la persona profunda de Goya, con el pintor. Y no me refiero a los pies puestos a algunos dibujos o a algunos conjuntos, sino a la serie de las pinturas llamadas negras o a algunos cuadros reputados de fantásticos. Su realidad íntegra excede lo puramente plástico sin estar a la vista. Yo no sé si será eso que los pensadores llaman sentido, pero se trata de algo difícilmente definible, que se palpa y no se ve, que está sostenido por elementos plásticos, pero que en sí no es plástico. ¿Significación? No me atrevo yo a darle ese nombre por limitado. Pero lo que sí puedo afirmar es que desde el comienzo de mi carrera literaria, y, muy concretamente, desde mi abandono del realismo, es algo de lo que pretendo dotar a mis ficciones. Y no como cosa superpuesta (como son algunas significaciones), sino como algo que se desprende de la ficción misma como se desprende un aroma. Hay un modo goyesco de composición en tumulto que alguna vez pretendí imitar con palabras. Debo añadir, además, que una obra de Goya desempeñó una importante función (reveladora) en el proceso de invención de ‘La saga/fuga de J. B.’. Es un cuadro que está en la National Gallery, de Washington, y que representa una ciudad extraña en la cima de un monte, pintado todo de tal manera que la ciudad parece volar y dejar un rastro de polvo y piedras. Quien averigüe el camino que conduce del vuelo a la levitación habrá entendido lo que quiero decir».

En febrero del 83, Guillermo Fatás, en sus ‘Libros aragoneses’ dedicaba tres entregas (días 13, 20 y 27) a comentar, precisamente, el libro sobre la ‘Regina Martyrum’. El título genérico de sus tres artículos era bien expresivo: ‘Goya como si fuera la primera vez’, que es como podíamos ver la bóveda goyesca tras su restauración y su interpretación documental y crítica. El 8 de marzo se refería a ‘Goya y la Santa Cueva, de Cádiz’, a propósito del libro de Federico Torralba ‘Goya en la Santa Cueva’ (1983).

En los amigos del país

En mayo, Luis García Bandrés se refería a ‘Las vicisitudes que rodearon el hallazgo de obras de Goya en la Económica’, en torno a la aparición de dibujos en el patrimonio de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, publicados en un catálogo de la entidad. Bandrés además apoyaba la necesidad de un museo dedicado a Goya, tema que sigue coleando. Guillermo Fatás, en su sección de ‘Libros aragoneses’, también ha reseñado títulos como ‘Goya visto por un librero zaragozano’, de Inocencio Ruiz Lasala (II-90); el fundamental ‘Antecedentes, coincidencias e influencias del arte de Goya’, de Lafuente Ferrari, en la edición facsímil del libro de 1947 (4-1991); o el catálogo selectivo de Morales y Marín (l-1995). Desde septiembre del 83 ‘Artes y Letras’ saldría ya siempre los jueves.

En julio del 84 nos admiraba un artículo de Gonzalo Torrente Ballester, ‘El Bosco, Goya y Picasso’, uno de los más bellos textos dedicados al pintor en estas páginas. En noviembre de ese año, César Pérez Gracia publicaba ‘El secreto de la Quinta del Sordo’. De Pérez Gracia, frecuentador de los temas goyescos, son también ‘Aníbal o el Goya adolescente’, sobre el cuadro ‘Aníbal cruzando los Alpes’ (11-1985); ‘Las majas de Goya según Julián Gállego’ (6-1987); ‘La Junta de Filipinas’ (11-1989), sobre el gran cuadro existente en Castres; ‘El museo español del Louvre’, en torno al estudio de José Cabanis de la colección de Louis Philippe (12-1989); ‘La dama del papo goyesco’ (5-1991), acerca del ‘Retrato de dama con mantilla’ del Museo de Zaragoza; ‘Novela pseudogoyesca’, sobre la obra de Comelius Fischer (5-1991); ‘La Zaragoza goyesca en Madrid y el Museo Lázaro Galdiano’ (4-1991); ‘Goya a la luz de la peste’, con motivo de la exposición de los cuadros de gabinete, del Prado (3-1994), y ‘Velázquez según Goya’, un comentario al ‘Goya, grabador’ de Julián Gállego (4-1994). ‘Goya y el museo de Luis Felipe’ también mereció la atención de nuestra habitual colaboradora de temas literarios franceses Michèle Jean (5-1985).

Las nuevas atribuciones al genio

Portada del suplemento 'Artes&Letras' de HERALDO publicada el 21 de marzo de 1991.
Portada del suplemento 'Artes&Letras' de HERALDO publicada el 21 de marzo de 1991.
Heraldo.es

Enero de 1985 traía ecos del descubrimiento goyesco de la llamada ‘Inmaculada de Écija’, hecho por un pintor, profesor y académico aragonés, ya desaparecido, Francisco Zueras, residente en tierras andaluzas. Zueras abría nuestro ‘Artes y Letras’ con un comentario a esta atribución y aportaba el retrato y una curiosa anécdota: la existencia de un autorretrato de Goya entre las manos de la Virgen, en una grisalla abocetada, con la cabeza dispuesta en sentido horizontal, a modo de ‘firma’.

Fue un mes, y un año, de atribuciones polémicas. Carlos Barboza y Teresa Grasa, restauradores del Goya joven y muralista, atribuían el ‘Pignatelli’ de Lalana (hoy en el Museo de Zaragoza) al propio Goya (‘El ‘Pignatelli’ de Goya: Fundamento de una atribución’), y contaban con el apoyo del profesor Arturo Ansón (‘La personalidad de Narciso Lalana. Consideraciones para no aceptarle como autor del retrato de Pignatelli’), del que ahora, en su reciente libro ‘Goya y Aragón’, se desdice.

En ese mismo número (24-1-1985), el crítico Ángel Azpeitia terciaba en la polémica Goya-Lalana en su comentario a la Exposición Conmemorativa del Canal Imperial de Aragón, donde el cuadro restaurado por Barboza-Grasa se mostraba. Carlos Barboza, que ha sido frecuente colaborador del periódico en temas goyescos, publicó en ‘Artes y Letras’ también un comentario en el que relacionaba a ‘Goya, Zuloaga y Remolinos’ (10-1996). Ángel Azpeitia, por su parte, crítico de arte de HERALDO desde hace más de treinta años, escribió numerosas veces de Goya, aunque en estas páginas señalamos, además de lo mencionado, su crítica a la exposición del ‘Goya joven’, del Museo Camón Aznar (11-1986) y la titulada ‘El santo nombre de Goya’, sobre la triple muestra goyesca de junio del 92.

Las Pechinas de Calatayud

Una importante atribución goyesca fue la de las pechinas de la iglesia de San Juan de Calatayud, debida al profesor Rogelio Buendía, que recogimos de labios del propio investigador (7-12-1984), con motivo de su presencia en un ciclo de conferencias sobre ‘El niño y la pintura en torno a Goya’ en el Museo Camón Aznar. Una primera página de ‘Artes y Letras’ recogía un artículo de José Manuel Arnáiz, ‘Sobre las pechinas de Goya en Calatayud’, publicado inicialmente en ‘Antiquaria’ (nº 15. Febrero 1985), donde se daba cuenta del hallazgo. Las pechinas serían posteriormente restauradas por Barboza-Grasa.

A finales del 88 tenía lugar en Madrid la exposición ‘Goya y el espíritu de la Ilustración’, y sobre ella, con el título ‘El misterio de Goya’, escribía Norberto Alcover (12-1988).

Una destacada primera página fue la del 21 de marzo de 1991 en la que ‘Artes y Letras’ se engalanó con un artículo del profesor Julián Gállego, el mayor goyista de HERALDO, pues aquí ha escrito ríos de tinta sobre el pintor de Fuendetodos, tanto en la antigua página ‘Las Artes y las Letras’ como en los ‘extras’ del Pilar, artículos que fueron recogidos en el libro ‘En torno a Goya’, publicado en la Colección Aragón, nº 25, de la Librería General (1978). El profesor Gállego habló del ‘Retrato de señora con mantilla’ (esa dama del ‘papo goyesco’ a la que se refirió César Pérez Gracia), que había sido adquirido recientemente por el Gobierno aragonés y hoy, como hemos dicho, se encuentra en el Museo de Zaragoza.

Sobre ‘El legado de Francisco de Goya en Nueva York’ escribió el pediatra aragonés, residente en Barcelona, Joaquín Callaved (4-1991), y el profesor José María Bardavío, de la Universidad de Zaragoza, se atrevió brillantemente con un ‘Shakespeare desde Goya’ (5-1991), en relación a ‘El sueño de una noche de verano’.

En abril del 92 ya se había restaurado el coreto del Pilar, la formidable y desconocida ‘Adoración del Nombre de Dios’, de Goya, que nuevamente Carlos Barboza y Teresa Grasa ‘descubrían’ a la admiración de todos. Sobre esta obra, ‘A propósito del coreto’, escribió el investigador José Ignacio Calvo Ruata (4-1992). Otros jóvenes investigadores de la obra de Goya se han unido en estos últimos años a las páginas de ‘Artes y Letras’.

En el mundo

Ricardo Centellas ha escrito de ‘Goya, en la Academia’, a propósito de la exposición celebrada en la Academia de San Fernando con motivo de la Capitalidad Cultural Europea de Madrid (1-1993) y sobre el ‘Cuaderno Italiano’ (17 y 24 de noviembre del 94), uno de los grandes descubrimientos del Goya joven hecho estos años. Wifredo Rincón, autor de una reciente monografía, ‘Goya en las colecciones aragonesas’, junto a Morales y Marín, escribió sobre ‘La enfermedad de Goya’ (11-1994), en torno al libro de María Teresa Torres ‘Goya, Saturno y el saturnismo. Su enfermedad’. También del catálogo de Morales y Marín escribió José Pérez Gállego (12-1994).

El goyismo en ‘Artes y Letras’ estuvo protagonizado en los noventa por el arquitecto barcelonés, Juan Ignacio de la Vega Aguilar que emprendió ya en enero de 1993 una serie de artículos, llenos de interés y curiosidades, sobre la figura de Goya. Se inició con ‘Goya y la lujuria’ (7-1-1993), y prosiguió con ‘Goya y el incendio del Alcázar’ (3-1995), ‘Goya y las Meninas’ (4 y 11-1995), ‘Goya y la restauración de la pintura’ (12-1995), ‘Goya y un titular poco afortunado’ (l-1996), en relación a sus copias de obras famosas, ‘Goya y Rosarito Weiss’ (2-1996), ‘Goya, Rosarito Weiss e Isabel II’ (2-1996), ‘Goya y el escándalo’ (3-1996). Y la serie siguió... El 18 de abril del año goyesco, 1996, el del 250 aniversario del nacimiento del pintor, Julián Gállego volvía por segunda vez a las páginas de ‘Artes y Letras’ con su ‘Goya en el mundo’. En el número siguiente, la primera página del suplemento estuvo dedicada a ‘Julián Gállego, Goya y Heraldo de Aragón’.