ARAGÓN: Las incógnitas del tercer año del virus

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En comparación con el terrible 2020, el año 2021 ha sido claramente menos gravoso para la sociedad aragonesa.

Pero me temo que, a pesar de la mejoría experimentada en algunos aspectos, el balance final resulta más decepcionante que satisfactorio y más inquietante que esperanzador. Y eso que, después de las angustias a las que nos sometió su predecesor, ‘don 2021’ tenía fácil darnos alguna alegría.

Y alguna nos ha dado, efectivamente, pero han quedado eclipsadas en no poca medida por la continuidad, aunque atenuada, de la pandemia y de sus secuelas y por la emergencia de nuevas dificultades, especialmente en el aspecto económico, con las que no contábamos hace doce meses.

En el frente sanitario, el año que ahora termina ha vuelto a proporcionarnos momentos dramáticos, sobre todo durante la ‘cuarta ola’, que nos alcanzó a los aragoneses entre enero y febrero. Y en conjunto, hemos tenido que sumar unos mil quinientos fallecidos más por causa de la covid a los dos mil quinientos que ya acumulábamos en diciembre del año pasado. Lo que quiere decir que uno de cada mil de nuestros conciudadanos ha muerto en 2021 como consecuencia del virus. Un doloroso peaje.

Hay que subrayar también, no obstante, los aspectos positivos en la evolución de la pandemia. Y en primerísimo lugar, el éxito de la campaña de vacunación en nuestra Comunidad, al igual que en el resto de España. Y no es poca cosa, porque tal como comenzó el proceso, con un suministro de dosis irregular e insuficiente, o como marchaba en primavera, con titubeos y dudas de nuestras autoridades, cabía temer que los españoles nos quedásemos descolgados. Ha ocurrido lo contrario, España, y Aragón con ella, se situó desde el final del verano como uno de los países de Europa y del mundo con mayor porcentaje de población vacunada.

Esta realidad ha permitido ir retirando, en el segundo semestre, la mayor parte de las restricciones y limitaciones que asfixiaban la vida cotidiana y castigaban a muchos pequeños empresarios y autónomos. El año concluye, por tanto, en una situación sanitaria claramente mejor que la que teníamos cuando comenzó, pero sin que se haya cumplido la expectativa de dejar atrás la pandemia y su nefasta influencia en la vida social y económica de los aragoneses. Y hay muchas incertidumbres sobre la evolución que tendrá la enfermedad en los próximos meses.

Lo que parece seguro, de cara a 2022, es que las vacunas van a seguir siendo uno de los centros de atención. Es previsible que se termine de inocular a la población infantil de entre 5 y 12 años; así como que la mayoría de los adultos tengamos la oportunidad de recibir, como refuerzo, una tercera dosis. Pero lo que sería más importante será también lo más difícil: convencer a ese 10% de ciudadanos mayores de edad que -por variadas razones pero en general con poca justificación- se resisten a recibir los pinchazos de que, por su seguridad y por la de todos, tienen que ofrecer su brazo a la aguja. En esa tarea, la administración sanitaria, más allá del pasaportes covid, tiene que perseverar.

Estudios diversos y valoraciones de médicos y de otros especialistas nos indican que las vacunas están resultando muy efectivas, aunque no tanto para evitar el contagio como para impedir que derive en enfermedad grave o en causa de muerte. Sin embargo, con la circulación del virus desbocada en algunos países de Europa y con el peligro constante de que aparezcan nuevas variantes, resulta imposible estar seguros de si la vacunación, en el punto que ha alcanzado entre nosotros, nos permitirá o no llevar una vida normal y mantener abiertas, con pocas restricciones, todas las actividades económicas y las formas habituales de relación social.

Si en el apartado sanitario el panorama es mejor que hace un año, aunque todavía incierto, en el frente económico la evolución ha sido decepcionante, con el gravoso añadido de que las previsiones han ido empeorando a medida que pasaban los meses. Los aragoneses confiábamos en un contundente rebote de la economía después del mazazo sufrido en 2020. La realidad ha sido que, aunque la actividad económica ha vuelto a la senda del crecimiento -y con aspectos claramente positivos, como la creación de empleo-, no lo ha hecho con la fuerza que hubiera sido necesaria para superar con rapidez el bache de la pandemia. Los problemas ligados a la enfermedad y sus secuelas han sido un lastre: durante muchas semanas la hostelería y los espectáculos han tenido que funcionar a medio gas, el turismo extranjero todavía no ha retornado y la tramitación de muchas de las ayudas a los hogares o a las empresas se ha visto atascada en el papeleo.

Pero los mayores obstáculos para la recuperación vienen ahora de los cuellos de botella que han surgido en las cadenas de suministro y del alza desmesurada de los precios de la energía. La repercusión de estos fenómenos está siendo muy negativa en sectores que son fundamentales para la economía aragonesa, como el agropecuario o la automoción. Se espera, desde luego, que se trate de desajustes temporales en los mercados globales que irían corrigiéndose en los próximos meses, pero, ¿cuántos meses? Y existe además el peligro de que den lugar a una espiral inflacionista que, además de sus propias consecuencias negativas, podría llevar al Banco Central Europeo, influenciado quizá por los socios más ortodoxos de la Unión, a desmantelar antes de tiempo la política monetaria superlaxa que ha permitido a España mantener sin apuros su elevado nivel de endeudamiento.

Lo peor de estos obstáculos sobrevenidos es que, aunque afectan seriamente a la economía aragonesa, su solución no depende de nosotros, sino de fuerzas y decisiones externas.

La política aragonesa ha seguido funcionando como una especie de oasis en comparación con el ruido y la furia de los enfrentamientos a nivel nacional. Ese es un valor a conservar cuando el próximo año entremos ya en una fase preelectoral. Los movimientos de los principales partidos en los últimos meses han situado como protagonistas de la lid electoral al socialista Javier Lambán y al popular Jorge Azcón, presidente de la Comunidad y alcalde de Zaragoza respectivamente. Dos personalidades destacadas y de talante moderado que saben además que sus mejores opciones están en conseguir el apoyo de las zonas centrales del electorado. De manera que aunque lo lógico es que el debate político suba de intensidad en preparación de los comicios de 2023 y ante los muchos asuntos y desafíos a los que se enfrenta Aragón, Lambán y Azcón deberían ser capaces, sin excluir el contraste de proyectos y la exposición de las discrepancias, de mantener un tono sereno y de cultivar el terreno para la negociación y el acuerdo. Tanto más por cuanto encabezan las dos instituciones de la Comunidad con mayor peso político y presupuestario y es indispensable que se dé entre ellas una franca colaboración en beneficio de los ciudadanos.

La construcción de un nuevo estadio en Zaragoza que sustituya a la veterana Romareda, en el mismo o en distinto emplazamiento, será una de las piedras de toque que pondrá a prueba la capacidad de consenso entre el presidente y el alcalde.

El Gobierno de Aragón tiene que encauzar en 2022 un cierto número de asuntos de especial trascendencia. No es el menor el de la manera de seguir lidiando con la pandemia y adaptándose a sus cambiantes vicisitudes, que pueden seguir siendo complicadas. Pero destaca también el abordaje, con el Gobierno central y con las demás autonomías, de la reforma de la financiación autonómica. Lambán ha tomado posiciones junto a los gobiernos de otras siete comunidades, unos del PSOE otros del PP y uno regionalista, para defender las necesidades de la España interior y despoblada. Un planteamiento que exige que se valore el coste real de prestar los servicios públicos a una población dispersa. No será una batalla fácil, pero su resultado es fundamental para que los aragoneses de todas las comarcas reciban un trato igualitario y para frenar el éxodo rural.

Valorando el conjunto de circunstancias que condicionan nuestra situación actual, tal vez deberíamos estar preparados para un 2022 en el que es muy probable que tengamos que seguir haciendo frente a muchas dificultades. Será más el tercer año del virus que el segundo de la recuperación, como nos hubiera gustado. Así que habrá que armarse de paciencia, cultivar la perseverancia y dirigir la vista hacia adelante. La salida de la crisis provocada por la pandemia va a ser más larga y penosa de lo que habíamos previsto, pero estamos en el camino.

No obstante, hay que contar con que las circunstancias vayan mejorando a medida que avancen los meses. Ahora disponemos de herramientas sólidas y de más conocimientos para hacer frente al virus, de manera que deberíamos ser capaces, si se actúa con prudencia y flexibilidad, de mantenerlo a raya.

Y las perspectivas de la economía aragonesa a medio plazo, más allá de las actuales dificultades, son favorables, como muestran las inversiones que se están realizando. Los desafíos de la transición ecológica y de la digitalización suponen para Aragón una oportunidad de crecimiento y de modernización.

Nos está tocando vivir un tiempo incierto, a los aragoneses, a los españoles y en todo el mundo. De manera que resulta muy difícil anticipar cuáles serán las tendencias predominantes a lo largo del año que viene. Así que la mejor receta sería que estuviésemos preparados para lo malo, para que los temporales que puedan venir no nos cojan desprevenidos. Pero también para lo bueno, para aprovechar cualquier resquicio que nos permita avanzar hacia la completa normalidad que todos ansiamos y recuperar la senda del progreso.

Mucho de lo que ocurra en Aragón dependerá de cómo evolucione la pandemia en el mundo y de si las piezas desajustadas de la economía internacional vuelven a encajar o no con rapidez. Pero otro tanto dependerá de nuestra capacidad de reacción y de adaptación ante los acontecimientos. Lo mejor será que tanto las dificultades como las oportunidades nos encuentren trabajando juntos y listos para reaccionar.