25 años de la riada de Biescas

Se cumple un cuarto de siglo de la tragedia del campin Las Nieves, donde murieron 87 personas. Fue la mayor catástrofe natural de la historia reciente de Aragón y la tercera inundación con más víctimas del último medio siglo en España.

Realizado por:

Los diez minutos de una tormenta perfecta que arrastró 87 vidas

Tarde del 7 de agosto de 1996. El campin Las Nieves de Biescas está completo. Hay 630 personas alojadas. Cae una tormenta y a medida que arrecia los veraneantes se resguardan en las tiendas, las caravanas y los coches. Se sienten más seguros. Ven que está diluviando pero no son conscientes de que en la cabecera del barranco de Arás habían caído 200 litros por metro cuadrado en una hora y 515 durante 8 minutos. Los relojes se paran a las 19.30. En 10 minutos, el idílico lugar de vacaciones del Pirineo aragonés queda devastado por una lengua de agua de más de un metro de calado que arranca puentes, colapsa las presas del cauce artificial y arrastra rocas y árboles. 

El cauce artificial construido a principios de siglo se taponó desbordándose hacia la derecha, donde estaban las tiendas. La tormenta perfecta se llevó por delante vehículos y caravanas y segó la vida de 87 personas, entre ellas 27 niños, el más pequeño de 10 meses.

Este sábado se cumplen 25 años de la mayor catástrofe natural de la historia reciente de Aragón. Las imágenes de las inundaciones de Alemania del pasado julio han devuelto el amargo recuerdo de las caravanas amontonadas y del goteo en la lista de víctimas de los días sucesivos.

Pasaron 11 meses y 21 días hasta que la tierra devolvió el último cuerpo. En las obras de reparación del barranco, a 300 metros del campin, unos trabajadores encontraron el cadáver de Javier Martínez Domenech, de 7 años. Fue enterrado junto a sus padres y su hermano David. También murieron su tía materna y sus primos Oriol y Berta. Y es que en Biescas perecieron familias enteras.

Ese hallazgo fue un recordatorio de las vidas truncadas por una tromba de agua que encontró a su paso una infraestructura tan frágil como un campin, localizada en un emplazamiento mortal, un cono de deyección, que recoge y concentra la escorrentía de las montañas próximas. La naturaleza dictó sus leyes y fallaron las escritas por el hombre. A raíz de este episodio cambió la legislación, los planes para afrontar las emergencias y la atención psicológica a las víctimas y sus familias. Pero nadie se sentó en el banquillo, pese a que el caso llegó incluso al Tribunal de Estrasburgo.

La peor parte se la llevaron los más vulnerables a la fuerza de las aguas, sin opción de sujetarse a los árboles al paso de la riada o de encaramarse a una caravana. De las 87 víctimas 27 eran niños y 56, mujeres. Había víctimas de todo el país: Cataluña (28), Aragón (11), Andalucía (13), Valencia (10), Madrid (6), Navarra (5), País Vasco (6), Cantabria (1) y Castilla y León (1); además de Francia (2) y Holanda (4). Fue la tercera riada más mortífera en la historia reciente de España, solo superada por las inundaciones del Vallés (Barcelona) en 1962, con un millar de fallecidos, y las de Granada y Murcia en 1973, con 300. Ni siquiera la rotura de la presa de Tous en 1982 resultó tan catastrófica.

PRIMERA LLAMADA A LOS BOMBEROS

“Estamos en el campin Las Nieves de Biescas. El agua se ha llevado a mi marido y estoy sujetando a mi hijo encima del capó de un coche. Vengan, por favor”. Entre gritos y sollozos, una mujer llamó minutos después de las 19.30 al parque de bomberos de Huesca. A partir de aquel momento los teléfonos no pararon de sonar. Fue el primer aviso. 

Los equipos de emergencias sabían que se enfrentaban a una gran catástrofe, pero no a una emergencia sin precedentes en la provincia y en Aragón. "Los de Huesca fuimos los primeros bomberos en llegar", explica Jacobo Morlán, que entonces era jefe del parque y que 25 años después vuelve al lugar junto a Teresa Maza, voluntaria de Cruz Roja, y el exalcalde, Luis Estaún, para rememorar para HERALDO el trágico episodio y hablar de las lecciones aprendidas. "Encontramos la carretera cortada. Nos metimos en el barro. No tuvimos la suerte de poder salvar a muchos. Había campistas que se habían agarrado a los árboles, otros simplemente se habían quedado enmarañados entre las ramas". Algunos supervivientes deambulan por la carretera con la ropa mojada o desnudos caminando sin rumbo, una imagen que dio la vuelta al mundo.

La noche fue un mal aliado. Solo cuando amaneció se vio la verdadera dimensión de la catástrofe. "Se tomó la decisión de que a partir de cierta hora ya no podíamos rescatar a nadie con vida y había que organizar el día siguiente: necesitábamos maquinaria pesada, barcas y más personal...Hicimos una apreciación del número de muertos, nos confundimos en pocos”, señala Morlán. A las 7.00 se reanudó el operativo y se vio “el panorama dantesco, una explanada de barro con alguna víctima enterrada a la que le sobresalían las piernas”. Bomberos, guardias civiles, voluntarios de Cruz Roja, buzos... iban localizando cuerpos, unos enterrados en el lodo, otros sumergidos en las aguas del pantano de Sabiñánigo, hasta donde los arrastró el agua.

Los supervivientes

También en Biescas supieron pronto que algo había sucedido en el campin. El entonces alcalde, Luis Estaún, pasó por delante media hora antes. “Realmente ya era muy difícil conducir y me di cuenta de que era una tormenta excepcional. Imaginaba que habría inundaciones en calles y locales y fui con el coche a dar una vuelta. Recibí una llamada del gobernador civil porque le había llevado alguna noticia de un radioaficionado. En cuanto llegué al puente vi que estaba todo barrido por el agua y empezaban a salir personas con la ropa mojada, desnudos… Primero pensé que era un problema de asistir a gente que se había quedado sin tienda de campaña. Por megafonía convoqué a los vecinos para habilitar las primeras medidas de acogida, que llevaran algo caliente y ropa seca a las escuelas y al polideportivo. Pronto cambió la perspectiva”, recuerda Estaún. Los campistas que se salvaron, mojados y temblando de frío, se repartieron por las casas de Biescas, una localidad que se multiplicó en ayuda de los damnificados. 

Algunos habían sobrevivido agarrados a las ramas, a otros los arrastró el agua 5 kilómetros y los dejó medio enterrados en el lodo en medio de la oscuridad de la noche. ”Oía gente a mi alrededor y grité, me dijeron que no dejara de hablar para poder encontrarme”, contaba Juan José Miguel, un superviviente que perdió a su esposa.

De izquierda a derecha, Jacobo Morlán, Teresa Maza y Luis Estáun, con el monumento en recuerdo a las víctimas y el edifico del campin, hoy clausurado, de fondo.
De izquierda a derecha, Jacobo Morlán, Teresa Maza y Luis Estáun, con el monumento en recuerdo a las víctimas y el edifico del campin, hoy clausurado.
Rafael Gobantes

  

el goteo de cuerpos

Aparecieron cuerpos en el embalse de Sabiñánigo, otros incluso más abajo. En el pantano se buscaba con lanchas. "Daba miedo, el agua no se veía, estaba repleta de  elementos flotando", señala el que era jefe de bomberos de Huesca. Jacobo Morlán recuerda la oleada de solidaridad. Los voluntarios de la DYA de Navarra llegaron pronto. Trajeron grupos electrógenos para iluminar la carretera la primera noche. Luego se sumaron equipos de emergencia de todo el país, pero sobre todo, dice, se volcó la población más cercana. 

Los cuerpos fueron trasladados en camiones a Escuer. Más tarde, se improvisó un tanatorio en el Palacio de Hielo de Jaca para su identificación. Al frente del equipo de forenses estuvo Juan A. Cobo,  jefe de la Clínica Forense del Instituto de Medicina Legal de Aragón, quien coordinó durante siete días el operativo de traslado e identificación de los cuerpos. Pasaba sus vacaciones en Jaca y se unió al gabinete de crisis en el Ayuntamiento de Biescas, como otros médicos. Se le quedó grabada la imagen de un bosque de focos alumbrando de noche los árboles con algunos cuerpos colgando.

Por primera vez se probó un método para identificar los cuerpos que evitara que los familiares tuvieran que ir cadáver por cadáver. "Se hicieron fotos de detalles, anillos, colgantes... para que fueran solo a ver un cuerpo", indica Jacobo Morlán. Llegaron cientos de familiares a los que también hubo que atender. En Biescas nacieron los Equipos de Respuesta Inmediata en Emergencias de Cruz Roja. Según Óscar Gracia, coordinador de la ONG, fue la primera vez que se hacía acompañamiento a los afectados y a las familias, experiencia exportada luego a los atentados de Atocha.

La riada del campin marcó un antes y un después en la respuesta a las grandes tragedias, por parte de los profesionales y de los voluntarios, que llegaban de todos los sitios, lo mismo que la ayuda en forma de ropa o alimentos. Según Morlán, los bomberos aprendieron que no estaban preparados para una emergencia de esa magnitud. Pero no solo ellos. Cuenta la anécdota de guardias civiles que iban con zapatos por el barro y a los que hubo que dejarles ropa de abrigo por la noche. “Los materiales de rescate eran muy precarios comparados con los de hoy. Con neoprenos y cuerdas se lanzaba la gente al río para ver qué podía hacer”.

El pueblo de Biescas dio ejemplo a toda España de la solidaridad ante la catástrofe. "En ninguna emergencia he visto algo igual", comenta Jacobo Morlán, emocionado al recordarlo junto a Teresa Maza. Ella y su marido eran voluntarios de la Cruz Roja local. "Llovía tanto que mi marido se acercó a ver cómo bajaba el barranco de Arás. Se encontró la carretera cortada y al volver me dijo: “Tere se ha llevado el campin’". Mientras a él le tocaba recoger cadáveres, ella, que trabajaba en la escuela, fue a abrirla y a encender la calefacción porque sabía que habría que atender a los supervivientes. "A la escuela empezaron a llegar donaciones, mandaban ropa, comida… Recuerdo un aula de Infantil llena de zapatos. Todo el mundo quería colaborar”.

Llegaron a dar 700 comidas diarias para atender a los equipos de emergencia. "Incluso venía a comer el Ejército. Estuve allí 6 o 7 días, hasta que ya no pude más”, comenta Teresa Maza. Le cuesta recordar por el dolor que le evocan aquellos momentos, pero tiene claro que hay “un antes y un después” de la riada de Biescas.

“Cambió la legislación de los campines en Aragón. Ahora se hacen unos estudios de riesgos naturales. Se visualizó que era una infraestructura muy vulnerable. También que una caravana da una falsa sensación de seguridad, como que estás en tu casa", explica el entonces alcalde. "La principal lección fue que hay que ser más riguroso a la hora de analizar en qué zona se puede instalar o no un campin. Existen los mapas de inundaciones. Esa herramienta la tenemos desde hace 10 años, tampoco hace tanto", añade Luis Estaún.

Entonces, asegura, la percepción del riesgo no existía. “Arás era el sitio donde tradicionalmente se bañaba la gente de Biescas, una zona de recreo. Cuando había riadas y había tormentas era un espectáculo, pero nunca lo habíamos visto desbordado. La memoria de los episodios históricos se diluye con el tiempo y no eres conscientes de la fuerza que puede tener en un momento dado. Se convirtió en un alud de agua, piedras, tierra… que arrasó con todo”, comenta el exalcalde.

Ahora, paseando con Jacobo Morlán y Teresa Maza por el parque del memorial en recuerdo de las víctimas, inaugurado en el campin en 2016, Luis Estaún reconoce que a Biescas le costó mucho superar la tragedia. "Fue una convivencia difícil durante 20 años, pero creo que cuando tuvimos oportunidad de inaugurar este espacio y tener ese encuentro con las familias de las víctimas, los heridos y todos los colectivos, como bomberos, Cruz Roja, Guardia Civil… hicimos una catarsis colectiva para poder volver a hablar de esos temas, cerrar una herida que todo el mundo tenía abierta. Incluso Biescas tenía una cicatriz porque el campin se encontraba prácticamente como había quedado el 7 de agosto de 1996. Dignificamos este espacio y sirvió para recordar lo que pasó pero también para que permanentemente no se asocié el nombre de Biescas a una catástrofe".

Después de dar sepultura a las victimas, empezó otro interminable calvario para los afectados, el de los tribunales. Los jueces no vieron pruebas para un causa penal contra altos cargos de la CHE y la DGA. El caso se cerró con una condena al Ministerio de Medio Ambiente y al de Gobierno de Aragón como responsables patrimoniales. La riada mortal fue un hecho “previsible” y “evitable”, dictó la Audiencia Nacional.  

La principal prueba contra la administración fue un informe del técnico de la DGA Emilio Pérez Bujarrabal, jefe de la sección de Comunidades Vegetales. “El área a ocupar, por ser un cono de deyección de un barranco de fuerte torrencialidad, si bien está corregido, no es un lugar adecuado para llevar a cabo las construcciones que se pretenden. Por su localización existe un riesgo para las instalaciones y un peligro para las personas”, señaló en su informe, ignorado en la resolución del expediente.