Lo cursi en la actualidad
No se conoce con exactitud la etimología del término. Para el Diccionario de Joan Corominas, que lo equipara con el significado "de mal gusto", como se trata de un vocablo semijergal que aparece primeramente en Andalucía, "debió de tomarse modernamente del árabe marroquí, donde ‘kúrsi’ significa figurón, personaje importante", que se adoptaría con el sentido de pedante o presuntuoso.
Lo que sí está claro es que su uso comienza a mediados del siglo XIX para designar críticamente la afectación ridícula y la falsa elegancia. Para Tierno Galván, esa referencia a lo cursi que aparece en el siglo XIX venía a ser una derivación del señoritismo del siglo XVIII: "Es la caída del señoritismo (decía ‘el viejo profesor’). Todo cursi es un señorito de lapso (...) un burgués caído", algo que en cierto modo ya había apuntado antes entre nosotros Mariano Baselga. Es decir: el cursi es el señorito que se resiste a dejar de serlo o el burgués que aspira a sustituirlo, para lo que necesita exhibir una elegancia y un capital (económico, social, cultural o moral) que no posee. La cursilería, que antepone el parecer al ser, es así la antítesis de la sencillez propia de la nobleza de espíritu.
Tierno Galván (cuyo refinamiento tal vez podría confundirse, erróneamente o no, con la cursilería) subrayaba el hecho de que la palabra no tenga parigual en otros idiomas, como una muestra de "la entrañable ligazón que une a la cursilería con la sociedad española". En inglés, por ejemplo, suele traducirse cursi por ‘corny’, vocablo que designa algo banal o empalagosamente sentimental, lo que apunta a uno de los excesos propios de lo cursi, quizá el más llamativo en nuestro tiempo, pero olvida otras tantas de las dimensiones que en nuestra lengua ha heredado el mencionado término. El Diccionario de la RAE señala dos usos del adjetivo cursi: 1) "Dicho de una persona, que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo"; y 2) "dicho de una cosa, que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de mal gusto". A ambas acepciones podemos añadir una tercera, que también recogía el Diccionario en ediciones pasadas, y que se refiere a los artistas y escritores, o a sus obras, "cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados", un significado que en nuestra sociedad emotivista y sentimental podemos extender(nos) a todos, seamos artistas o no.
En todas esas acepciones se advierte un afán exhibicionista (hoy diríamos: postureo) de lo que, sin ser necesariamente mentira, resulta falso y fallido precisamente por su exageración. Recuerden lo que decía Gracián: incluso el exceso de virtud es vicio. Por eso, queriendo parecer señorial, el cursi se convierte en señoritingo. Algo que por otra parte no percibe, porque ignora lo que es. Como decía el propio Tierno: "Lo que hay de lastimoso en lo cursi es la ignorancia. El cursi se presenta como un absoluto insipiente, cuya insipiencia tiene dos vertientes. Una no saber que se es cursi, otra no saber comportarse".
La cursilería es un rasgo característico de la democracia sentimental de nuestro tiempo, en la que lo que se exhibe y exagera son los sentimientos y las emociones. En buena medida por la propia cursilería de nuestras élites, aunque no solo. Como decía una de las novelas de aquel tiempo en el que la palabra empezaba a utilizarse: "Nada arrastra tanto como el ejemplo de un príncipe, capaz por sí solo de salvar o perder a una sociedad entera". Y nada corrompe tanto una sociedad como quienes dócilmente se dejan arrastrar hacia la cursilería y el papanatismo, por su ejemplo.
Andrés García Inda es profesor del Área de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza
