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Las felices andanzas del violinista zíngaro

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Parangue Marshell, en el Paraninfo de la Universidad.
Las felices andanzas del violinista zíngaro
LAURA URANGA

Podría ser perfectamente el protagonista de una película de Emir Kusturica. O si no el protagonista, al menos, sí el autor de su banda sonora. Parangue Marshell, al que le gusta presumir de su apellido francés, es un violinista rumano que lleva cuatro años tocando en las calles de Zaragoza. Se le acostumbra a ver en el Paraninfo, a las puertas de los 'Cortes Ingleses' o, también, en lo que fue la librería Lepanto y que ahora, con el portal panelado y lleno de grafitis, se ha convertido en un escenario muy disputado por los artistas callejeros.

Desde cualquiera de estos rincones, Parangue sonríe y sonríe y sonríe. Ah, sí, también toca y piropea a las mujeres que le lanzan alguna moneda: "Bella señorina, 'gracies", dice en un idioma incógnito pero, siempre, con una sonrisa en la boca. Habla poco, muy poco español, pero consigue hacerse entender para contar que procede de la ciudad rumana de Craiova, y que esta posee una de las filarmónicas más granadas de Europa. Sin embargo, a pesar del reclamo, reconoce que lo suyo no es de virtuoso, que no es un 'Paganini rumano' precisamente, aunque sí que le gusta tocar lo mejor que sabe y hacerlo en la calle, animando a los paseantes.

"Pues yo creo que ha mejorado bastante. Lo llevo viendo mucho tiempo y, antes, mi marido decía que era el violinista para 'colgarlo del tejado', pero ahora los dos coincidimos en que ha mejorado bastante y no lo hace nada mal", comenta una mujer que arroja 50 céntimos al terciopelo del estuche. "Además, toca con gracia y eso siempre anima", continúa. Efectivamente, Parengue toca el violín con genio, con decisión y, sobre todo, con alegría: no hay pieza que interprete que no invite a dar palmas o a echarse a bailar. "Pero hasta ahora, y se cumplen ya cuatro años, solo un par de chicas jóvenes han bailado con mi música", explica, con su amplia sonrisa en la que se adivina algún que otro diente de oro. Como buen gitano, no tarda en reconocer su procedencia del "pueblo de Rom" y concede a este origen su admiración por la alegría y por una vida sin grandes ataduras. Es lo que expresa con su animada música, de esencia zíngara, y Parengue explica que los españoles y los italianos disfrutan mucho con este repertorio. "La gente de Zaragoza es muy amable y nunca he tenido problemas con la Policía ni con nadie", dice Parangue, a pesar de que en un par de semanas regresará a su Rumanía natal, aún no sabe si de forma definitiva.

¿La causa? La que todos imaginamos. El músico se rasca el bolsillo y muestra unas pocas monedas. Cuenta que hace un par de años podía reunir unos 40 ó 50 euros en una jornada, pero ahora -se queja, aunque sonriendo de oreja a oreja- apenas consigue 10 euros al día. Sus exiguos ingresos los invierte en comida y solo él sabe cómo hace para pagar el alquiler (o no) del piso de Conde Aranda en el que vive.

Tampoco parece, sin embargo, muy preocupado por las 'posesiones materiales', al menos, no adopta un gesto amargo, sino que empuña el arco del violín y emula a los músicos que acompañan a Goran Bregovic. Su música, de hecho, se nutre de composiciones folclóricas de los Balcanes y de otros países como Hungría o Rumanía. Son todo canciones de esas que se tocan con mucha energía llevando el violín al límite de sus posibilidades. Claro, que su instrumento tampoco es un Stradivarius, precisamente, así que este autodidacta -que sí hizo sus pinitos en alguna orquesta de su Craiova natal- se conforma con "canciones que tocaba en las fiestas y en las bodas de mi familia". Parangue no tiene hijos pero sí familia en Rumanía que, ahora, lo reclama de vuelta a casa. Y, claro, una cosa es no tener ataduras o hacer una música que no entienda de paredes, pero cuando llama la sangre?