Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Memorias no de África. Humanos a las puertas de Europa

La historia que os relato es la de mi búsqueda de los orígenes de los europeos. Hasta ahora, hemos empezado en África, donde se originó nuestro género, el género Homo. Hoy nos adentraremos en Eurasia, hasta las puertas de Europa, donde descubriremos que no hace falta mucho para que un homínido se expanda y dé comienzo a la larga conquista del planeta que nuestra especie ha continuado.

Reproducción de una adolescente hallada en Dmanisi, Georgia
adolescente
LUIS QUEVEDO

EL VIAJE CONTINÚA

Después de la sabana y los paisajes semidesérticos del valle del Rift, mi viaje tras las huellas de nuestros antepasados me llevaría a 6.000 km del hogar de Lucy y los primeros habilis. El siguiente capítulo de nuestra historia se sitúa en las puertas de Europa, entre las montañas y los ríos de Georgia.


Hace 2 millones de años, los habilis usaban herramientas de piedra para extraer carne de animales muertos en la sabana. Poco después, una nueva especie aparecía en el Cáucaso. El descubrimiento de este homínido cambió para siempre las teorías de cómo y cuándo nuestro linaje abandonó el continente africano y empezó la conquista del planeta.


El Homo georgicus tenía un cerebro de apenas 600 cc –100 más que los habilis–, era de pequeña estatura –1,50 m–, tenía unas piernas que ya parecían humanas pero un tronco muy primitivo y, lo más extraño del caso, las herramientas que se encontraron alrededor de los fósiles son idénticas a las del modo africano. Todo esto, a tan solo 1,8 millones de años vista.

¿Qué hacía un homínido tan primitivo, con tecnología rudimentaria, fuera de África, en un medio boscoso que poco tenía que ver con la sabana? Hasta entonces, la teoría más aceptada era la de que, cuando nuestros antepasados se transformaron en cazadores activos y grandes corredores, fueron capaces de salir fuera de África…, pero esto lo cambiaba todo.

La solución a este enigma me la dio un científico español que lleva más de 15 años trabajando en Dmanisi, Georgia. Jordi Agustí piensa que el medio natural de estos homínidos siempre fue el bosque. Fue el avance de la sabana y la escasez de agua la que forzó a estos homínidos a exiliarse más al norte. Hace 1,8 millones de años, los bosques subtropicales de Georgia eran una reserva de biodiversidad. Un refugio para especies que ya no podían vivir en África. Aquí, los georgicus podían ganarse la vida como mejor sabían: fabricando herramientas de piedra para aprovechar las carroñas que otros abandonaban.


La teoría de Agustí es que los georgicus vivían entre las ramas de los árboles y el suelo, y dependían, en gran medida, del meganterion, un dientes de sable de bosque, para sobrevivir. Estos eran felinos primitivos con unos distintivos colmillos que usaban para matar rápidamente a sus presas, mordiéndoles en el cuello. Por todo lo efectiva y útil que fuera esta estrategia, tenía un inconveniente serio: los colmillos eran tan grandes que molestaban al devorar la presa. De manera que dejaban abundantes carroñas que los georgicus aprovechaban. Si estuviéramos en la sabana, las hienas gigantes o los buitres serían los indisputables dueños de tan preciadas sobras…, pero en el bosque caucásico no había hienas y los árboles ocultaban las carroñas durante días. Aquí, el homínido era rey –aunque algunas veces ellos mismos eran las víctimas y morían en las fauces de los dientes de sable–. Esa es una de las hipótesis que explicaría por qué en Dmanisi se han encontrado muchos cráneos y pocos huesos postcraneales –la cabeza era demasiado voluminosa para el meganterion–.


UNA PRUEBA DE AMOR

Los georgicus eran primitivos homínidos que carroñeaban con vastas herramientas en los bosques georgianos, sí. Pero también nos dieron la primera prueba de piedad o solidaridad, de algo que podríamos llamar amor en nuestra historia.


¿A qué me refiero? Al viejo de Dmanisi. Un cráneo con mandíbula que perteneció a un individuo de 40 años –algo que por entones ya era ancianidad–. Los alvéolos dentales –los agujeros donde se inserta la raíz dental– estaban completamente reabsorbidos por la mandíbula, un proceso que tarda un par de años en completarse desde la pérdida de la dentición. La única manera en que este homínido pudo alimentarse fue si el resto del grupo masticó la dura carne cruda por él. En palabras de Jordi Agustí: «La primera prueba de comportamiento exclusivamente humano».


La historia de estos homínidos no acabó en el Cáucaso, sino mucho más cerca de lo que pensaríamos. En el próximo episodio, descubriremos a su sucesor: el Primer Europeo.


CÓMO VIAJAR SIN PROPONÉRSELO

Del Serengetti al Cáucaso median 6.000 km de viaje. ¿Cómo consiguieron estos homínidos primitivos salvar tan tremenda distancia? El truco está en no dejarse engañar: nadie viajó de un lugar a otro. Durante una vida, recolectores y carroñeros se desplazan en busca de alimento, sexo o cobijo. Además, si tienes éxito, tu especie aumenta en número y, por tanto, necesita nuevos territorios que ocupar. Los homínidos nunca hemos sido diferentes.


Un cálculo simple: imaginemos que cada generación dura 50 años y se desplaza 20 km –menos de media maratón–.

6.000 km/(20 km/50 años) = 15.000 años


En 15.000 años podrían haber recorrido la distancia… y sabemos que tardaron, al menos, 200.000 años en hacerlo.