Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La graviceguera, ¿un mal sin cura?

En el año 2000, el físico teórico José María Martín Senovilla soñó en Tercer Milenio con la detección de ondas gravitacionales, algo que acaba de hacerse realidad.

Existen fenómenos en la Naturaleza ante los que hemos sido ciegos durante años _los electromagnéticos, por ejemplo_ y otros ante los que seguimos siéndolo, como es el caso de los gravitacionales . Para comprender lo que podría suponer curar nuestra graviceguera resultará muy útil un breve repaso histórico y una comparación.


Fue Maxwell quien, en el siglo pasado (el XIX queremos decir), y basándose en resultados previos de Faraday, consiguió la primera unificación en la historia de la Física: la de los fenómenos eléctricos con los magnéticos. El resultado es lo que desde entonces se llama Electromagnetismo. Todo el mundo sabe lo que es un imán (magnetismo) y también ha recibido una descarga eléctrica. Pues bien, desde Maxwell sabemos que esas dos cosas no son más que diferentes manifestaciones de lo mismo. Pero, además, los estudios de Maxwell para comprender estas interacciones condujeron a una predicción maravillosa e insospechada: ese campo unificado parecía tener que manifestarse a veces en forma de propagación de ondas (como se propagan las olas del mar) que transportaban puro campo electromagnético. Más aún, la velocidad de propagación de dichas ondas coincidía con la que se había observado para la propagación de la luz. No solo los fenómenos eléctricos y magnéticos, sino también la luz, eran la misma cosa.


Poco después, Hertz conseguía emitir y recibir en el laboratorio ondas electromagnéticas (llamadas a menudo ondas hertzianas) similares a las luminosas, pero de diferente frecuencia. Las ondas electromagnéticas que creó Hertz son del tipo de las que hoy se usan en la radio. Maxwell y Hertz lograron la domesticación del campo electromagnético y, en particular, de su manifestación en forma de ondas, llamada radiación electromagnética. Desde entonces, estos fenómenos han estado a nuestra disposición y, hoy en día, es prácticamente imposible imaginar nuestra civilización y la sociedad sin ellos. Los fenómenos electromagnéticos y su radiación son cotidianamente ubicuos. Además de la electricidad que llega a las casas, se pueden citar los aparatos electrodomésticos, telefonía, mandos a distancia, radio, televisión, comunicaciones, computadoras, radar, aparatos de rayos X, hornos de microondas, Internet, fibra óptica, megafonía, alumbrado, puertas automáticas, láseres y un larguísimo etcétera. La influencia de la revolución electromagnética en nuestras vidas es enorme, qué duda cabe. ¿Alguien puede imaginarse su vida sin tales avances?


No hay solo fenómenos electromagnéticos en la vida cotidiana, empero. Existe otra clase de fenómenos físicos habituales, de la experiencia diaria: los gravitatorios. Todos sabemos que las cosas se caen si se sueltan: esto se debe a la atracción gravitatoria que ejerce la Tierra sobre ellas. Y aquí es donde viene la comparación antes aludida: por lo que hoy se conoce, el campo que crea la interacción gravitatoria también se manifiesta en forma de ondas (la radiación gravitatoria). Desafortunadamente, no sabemos, y quizás no sepamos nunca, producirlas con suficiente intensidad en laboratorios terrestres. Y tampoco hemos sido capaces de observarlas directamente. Es en este sentido que la humanidad no está capacitada para gravimirar o graviescuchar, como se prefiera, o sea, para observar la radiación gravitatoria. Si algún día conseguimos arreglar esta ceguera, ¿qué ocurrirá? ¿Conseguiremos domesticar la radiación gravitatoria en la medida que lo hemos hecho con la electromagnética? La revolución consiguiente, ¿será del mismo calibre?


José María Martín Senovilla es catedrático de Física Teórica de la Universidad del País Vasco

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