Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Decir palabrotas alivia el dolor

Soltar un taco después de darse un golpe genera un subidón de adrenalina que disminuye la capacidad de sentir dolor.

Un niño en una imagen de archivo.
Si después de caernos, soltamos una palabrota, sentiremos menos el dolor
Warren R.M. Stuart

Se equivocan quienes se empeñan demonizar las palabrotas. Usarlas no implica que no dispongamos de otras alternativas mejores, ni tampoco que nuestro léxico sea excesivamente pobre. Muy al contrario, un estudio del que se hacía eco la revista ‘Language Sciences’ revelaba que las personas con un vocabulario amplio y una extensa capacidad de expresión lingüística disponen de un repertorio de groserías más extenso que la media.

Por otro lado, aunque cada vez que un crío dice un taco se cierne sobre él la amenaza de lavarle la boca con jabón, convendría hacer una excepción si los suelta después de darse un golpe.

Tal y como demostraron hace unos años Richard Stephens y sus colegas de la Universidad de Keele (Reino Unido), pronunciar palabrotas tiene un efecto analgésico. Los investigadores lo achacan a que el uso de vocabulario grosero desencadena la respuesta natural de ‘lucha o huida’, generando un subidón de adrenalina que disminuye la capacidad de sentir dolor. "Hay un motivo por el que las palabrotas surgieron como un fenómeno lingüístico universal, omnipresente en todas las culturas, y persisten", afirma Stephen.

Después de todo, no hay que olvidar que deben de jugar un papel específico cuando pronunciarlas activa el lado derecho del cerebro, mientras el resto del lenguaje se genera en el hemisferio izquierdo. El alivio del dolor se postula como la mejor explicación.

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