Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La ciencia de Frankenstein

Se cumplen dos siglos de la obra de Mary Shelley, quien combinó los debates científicos de la época para inventar un género: la ciencia ficción. La autora anticipó conceptos de ecología y evolución.

En 2018 se cumple el bicentenario de la publicación de la conocida novela de Mary Shelley
En 2018 se cumple el bicentenario de la publicación de la conocida novela de Mary Shelley
Daniel Oines

Aunque la ONU ha decidido no dedicar 2018 a ningún tema -algo que no sucedía desde el 2000-, para los amantes de la literatura, del terror y de la ciencia ficción este año está consagrado a Frankenstein. Coincidiendo con el bicentenario de la publicación de la conocida novela de Mary Shelley, el mítico monstruo salta a la palestra. Y la ciencia también tiene algo que decir sobre él.

"Engendro", "horror", "monstruo miserable" y "cadáver demoniaco al que fatalmente el doctor Víctor Frankenstein había dado vida". Así describía Shelley a la criatura protagonista de su historia. Terrorífico a la par que bastante humano. "Durante casi dos años había trabajado infatigablemente con el único propósito de infundir vida en un cuerpo inerte", contaba el profesor. Pero cuando llegó la hora de la verdad, el resultado distaba mucho de lo que había soñado: su muerto viviente no solo no era hermoso sino que daba auténtico pavor.

Y más miedo le habría dado si hubiese leído las conclusiones de un estudio realizado el pasado año por el antropólogo estadounidense Nathaniel J. Dominy y sus colegas de las universidades de Darmouth y California. Usando un modelo matemático basado en la densidad de la población humana en 1816, Dominy llegó a una interesante conclusión: si la criatura hubiese existido realmente, y además hubiese contado con una compañera con la que reproducirse -como demandaba en la novela a su creador-, los humanos se habrían extinguido en solo 4.000 años. Y eso sí que sería una historia de terror.

"El genio de Mary Shelley no reside tanto en sus nociones de alquimia, fisiología y resurrección, sino en cómo combinó los debates científicos de la época para inventar el género de la ciencia ficción", reflexionaba Justin D. Yeakel, coautor del trabajo, tras publicar los resultados. "Pero además nuestro estudio añade algo más al legado de Shelley: que anticipó conceptos fundamentales de la ecología y la evolución que llegarían décadas después", añadía Yeakel.

Se refería al concepto de exclusión competitiva o ley de Gause. Según esta ley, enunciada en 1934, dos especies similares que compiten por los mismos recursos no pueden coexistir en forma estable. Al final una especie elimina a la otra. Algo que adelantó sabiamente la autora un siglo antes cuando narró cómo que el doctor Frankenstein se echaba atrás en su decisión de crear una compañera para la criatura que había creado. Su razonamiento: que permitir que se reprodujera representaba una amenaza para los humanos. Ahora sabemos que Shelley dio en el clavo.

Tres guiños

Por otro lado, Shelley hace guiños en su novela al trabajo de tres científicos: Erasmus Darwin -abuelo de Charles Darwin-, Luigi Galvani y el influyente químico Humphry Davy. Este último parece que inspiró al profesor Waldman, uno de sus personajes, mentor de Frankenstein. Hablando de los químicos, Waldman decía literalmente algo que seguramente Shelley escuchó a Davy: "(...) estos filósofos, cuyas manos parecen hechas solo para hurgar en la suciedad, y cuyos ojos parecen servir tan solo para escrutar con el microscopio o el crisol, han conseguido milagros. Conocen hasta las más recónditas intimidades de la naturaleza y demuestran cómo funciona en sus escondrijos. Saben del firmamento, de cómo circula la sangre y de la naturaleza del aire que respiramos. Poseen nuevos y casi ilimitados poderes; pueden dominar el trueno, imitar terremotos, e incluso parodiar el mundo invisible con su propia sombra".

La cosa no acaba ahí. Shelley estaba al tanto de los debates que había en su época sobre la consciencia humana. Además de que conocía al dedillo las actividades de un científico llamado Andrew Crosse, que solía experimentar con cadáveres y la entonces misteriosa electricidad. Quería crear vida. Y creía que esos espasmos que producían las descargas podía ayudarle a hacerlo posible. Saber de sus trabajos sirvió de inspiración a la joven Mary para decidir usar la electricidad para despertar a su monstruo. El resto de la historia, puedes leerla tú mismo.

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