Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Los refugiados de la ciencia

El conflicto sirio acumula ya cinco millones de refugiados, cuyo futuro incierto esconde biografías por definir o completar. ¿Podría la ciencia estar en algunas de ellas? En el pasado ya sucedió. Ocurrió en España con la Guerra Civil. O en Alemania, donde los judíos que escaparon revolucionaron la física mundial. La vida y la ciencia piden de nuevo una oportunidad.

Entre los cinco millones de refugiados arrojados por la guerra de Siria hay científicos y niños que podrían serlo
Entre los cinco millones de refugiados arrojados por la guerra de Siria hay científicos y niños que podrían serlo
AFP

¿Habría sido abogado, cocinero, científico? La imagen es la de un niño de 3 años tendido en la arena, al mismo pie de las olas, aparentemente inmóvil. La cabeza ladeada, vestido de azul y rojo y definitivamente inmóvil. La imagen del niño sirio Aylan Kurdi dio la vuelta al mundo y se convirtió en el símbolo de los refugiados y su catástrofe. Murió mientras trataba de llegar con su familia a las costas turcas, huyendo de su propio país. Murieron también su hermano y su madre y otras nueve personas que iban en el mismo bote, pero el icono fatídico le pertenece a él.

¿Qué habría sido Aylan de mayor? ¿Mecánico, abogado, cocinero, piloto? ¿Científico?

Raffai Hamo tiene 54 años, también es sirio y también huyó de su país. Las bombas destruyeron parte de su casa y mataron a siete de sus familiares, incluyendo a su mujer y a una de sus hijas. Él es científico. Ingeniero. Estaba supervisando un proyecto fuera de la ciudad cuando las bombas cayeron. Acaba de llegar a Estados Unidos tras dos años en Turquía, el país al que no llegó Aylan. Aunque allí apenas podía trabajar: "Hay una universidad en la que están enseñado con un libro que yo mismo escribí, pero no me darán un trabajo si no tengo permiso de residencia", comenta. Hamo es uno de los perfiles recogidos en el fotoblog ‘Humans of New York’. Allí se le llama ‘El Científico’, y allí también apunta que tiene cáncer de estómago, que en Turquía no le han tratado porque se fue de Siria sin apenas nada (les robaron todo en los dos días que siguieron al bombardeo) y porque no tiene seguro médico.

Su perfil se hizo rápidamente popular: tras la publicación, el actor Edward Norton lanzó una campaña de mecenazgo para ayudarle que ha recaudado más de 450.000 dólares. El propio Obama comentó de él que era "una inspiración" y, tras llegar a Estados Unidos, lo invitó a su discurso de despedida. Tanto él como el resto de su familia han comenzado a vivir en Detroit. Está pensando en nuevos inventos y patentes. "Solo quiero un lugar donde realizar mi investigación", comenta Hamo.

Dos imágenes entre millones

Estas son dos imágenes de la guerra en Siria. Solo dos de los más de 12 millones de desplazados, de los aproximadamente cinco millones de refugiados y más de medio millón de fallecidos. Irónicamente, como decía Stalin: "La muerte de un hombre es una tragedia, un millón de muertos, una estadística". La psicología llama a nuestra dificultad para emocionarnos ante las grandes cifras el "desvanecimiento de la compasión", una suerte de "entumecimiento psíquico" cuando los números de la desgracia crecen y se agolpan. De ahí la fuerza de imágenes como la de Aylan, la del hongo de la bomba atómica, la de la niña de Vietnam huyendo del napalm.

¿Podría haber sido Aylan un científico como Hamo? Quizá. De entre los millones de refugiados que los conflictos provocan ha habido muchos que lo eran o que lo llegaron a ser. Unos cuantos incluso han contribuido a cambiar la historia, si es que todos y cada uno no cambiamos a nuestra manera la intrahistoria. Dirigir la mirada hacia ellos no busca valorar sus vidas por encima de otras más o menos anónimas, lo que pretende es dibujar una imagen en letras de una de tantas realidades singulares tocadas y alteradas por las guerras. Y muchas de esas realidades se encontraban entre los 14 millones de desplazados de territorios alemanes por la II Guerra Mundial o entre los cientos de miles de españoles obligados a emigrar por la Guerra Civil. Estas son algunas de ellas.

El proyecto Manhattan: ¿el suicidio de Hitler?
Cuando los nazis llegaron al poder la ciencia alemana era una auténtica potencia mundial. De los cien premios Nobel científicos concedidos entre 1901 y 1932, 33 eran alemanes, y muchos de ellos –hasta un tercio– eran judíos, aunque estos solo suponían el 1% de la población.

Las cosas cambiaron radicalmente con la victoria de Hitler en las elecciones de 1933. Casi inmediatamente fueron despedidos 1.200 profesores universitarios, el 90% de los cuales se consideraron semitas. Las prioridades de Hitler estaban claras: "Si eliminar a los judíos significa el fin de la ciencia alemana, entonces estaremos unos años sin ciencia".

Quizá esas prioridades terminaran saliéndole caras. Antes de la criba nazi, y anticipándose a ella, el también judío Albert Einstein había decidido aceptar una oferta americana para trabajar en los Estados Unidos. En su exilio, participó activamente tratando de ayudar a otros científicos a salir del país. Se calcula que hasta 6.000 consiguieron entrar en Estados Unidos, pero apenas se comenta que decenas de miles fueron rechazados, que muchos tuvieron que reemprender sus carreras desde lo más bajo, que por la nación de las oportunidades circulaba también un antisemitismo más o menos latente.

Uno de los que sí consiguió entrar fue Leo Szilard, amigo personal de Einstein y uno de los primeros científicos que pensó en la posibilidad de producir una reacción nuclear en cadena, la base de los que sería una bomba atómica. Lo que en un principio parecía una idea de ciencia-ficción empezó a tener visos de realidad a finales de 1938, justo antes del inicio de la II Guerra Mundial. En ese año la también judía Lisa Meitner codescubrió la fisión nuclear, la posibilidad de romper en dos el núcleo de un átomo, la base de lo que podría ser una reacción nuclear. Meitner, como mujer, ni siquiera podía comer con los científicos hombres. Y fue ninguneada cuando en 1944 le fue concedido el premio Nobel a su colega Otto Hahn. Pero esa es otra historia.

La fisión nuclear permitía la fabricación de una bomba atómica. Así lo vio Szilard, que poco después escribiría una carta al presidente de los Estados Unidos (firmada por Einstein, para aprovechar su celebridad) alertándole de la posibilidad. Esa carta fue el germen del proyecto Manhattan, un conglomerado de puntales científicos liderado por Robert Oppenheimer (un judío americano) que terminaría dando lugar a la primera bomba atómica.

De ese conglomerado resultarían 20 premios Nobel, de los cuales 12 eran judíos o tenían familiares judíos. Mientras, Alemania tenía también su propio proyecto para conseguir la bomba. Lo llamaron el proyecto Uranio y estaba dirigido por Werner Heisenberg, un superdotado físico alemán cuya contribución aún permanece difusa. Todavía hoy se desconoce si retrasó conscientemente el proyecto, si introdujo fehacientes errores de cálculo. La realidad es que al final de la guerra los alemanes estaban lejos de conseguirla. Pero también que, aunque ya habían sido derrotados antes de Hiroshima, de haber construido la bomba planeaban hacerla explosionar sobre Londres. Que haberla obtenido podría haber cambiado el curso de la historia.

Talento y recursos

¿Se suicidó Hitler al expulsar a los científicos judíos? Podría ser, pero no parece una consecuencia tan evidente. Quizás le condenó no haber dotado al proyecto de la suficiente magnitud: "Los científicos alemanes que no se exiliaron eran lo bastante competentes y numerosos como para haber desarrollado la bomba. El consenso entre los historiadores es que la Alemania nazi nunca dedicó al proyecto nuclear los recursos mínimos que hubieran sido necesarios para construir un arma nuclear, asegura Xavier Roqué, físico y coordinador el Máster en Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma y la Universidad de Barcelona. De hecho, "el éxito del proyecto Manhattan dependió, sobre todo, de la cantidad ingente de recursos humanos y materiales que el Gobierno de Estados Unidos volcó en él, y es razonable pensar que hubieran podido desarrollar armas atómicas sin la contribución de los científicos judíos europeos. Ello no obsta para que la contribución de algunos de ellos fuera importantísima".

Unos científicos que, entre innumerables dudas morales, no dejaban de pensar: "Que ellos no la consigan primero".

La Guerra Civil, los dos exilios
Se calcula que entre medio millón y un millón de personas hubieron de exiliarse durante la Guerra Civil Española. Entre ellas se encontraban muchos científicos e intelectuales perseguidos o marcados por sus simpatías hacia la República, el bando de los vencidos. Y no todos los afectados se encuentran en ese abanico. Muchos, que no podían ser acusados de delitos de sangre, decidieron quedarse creyendo que no tendrían problemas con el régimen franquista. Nada más lejos: en lo que se ha llamado el exilio interior, la mayoría fueron degradados, suspendidos de empleo y sueldo o jubilados prematuramente. Otros, con menos suerte aún, murieron fusilados, como el caso de Joan B. Peset Aleixandre, catedrático de Medicina Legal y exrector de la Universidad de Valencia.

"No hay duda actualmente de la magnitud del exilio y del impacto que tuvo sobre la comunidad científica española", afirma Roqué.

Los que se fueron saltaron a destinos más o menos comunes: México, Inglaterra, Francia. A veces, más tarde, Estados Unidos. A México emigró Blas Cabrera, uno de los físicos españoles más importantes de la historia y, en lo personal, amigo de Einstein. En Inglaterra estuvo Pío del Río Hortega, discípulo de Ramón y Cajal. Por Francia pasaron, entre muchos otros, el médico Gregorio Marañón o los investigadores Juan Negrín y Severo Ochoa.

Negrín es una suerte de nudo político y científico en la historia española. Llegó a ser jefe de Gobierno de la zona republicana en los últimos años de la guerra, pero había sido nombrado previamente jefe del Laboratorio de Fisiología General por Ramón y Cajal. Allí, como puente entre dos premios Nobel, fue profesor de Severo Ochoa, uno de los grandes iconos del exilio. De hecho, parece ser Negrín quien le firmó el salvoconducto para que pudiera salir hacia Francia.

A pesar de ser un icono, es difícil catalogar la salida de Ochoa. "La Guerra Civil me dio el empujón para marcharme de España, pero me hubiera ido de todos modos; casi siempre me encontré mejor en el extranjero", llegó a decir. Para Xavier Roqué, "sí cabe considerar a Ochoa un exiliado, porque la razón de que se fuera en el momento en que lo hizo fue el estallido de la guerra". Pionero de grandes avances en el campo del metabolismo, la ocupación francesa por los nazis le hizo saltar a Inglaterra, y el avance de la II Guerra Mundial le empujó hacia Estados Unidos. Allí desarrolló las investigaciones que le llevarían al Nobel: la síntesis de ARN, los mensajeros celulares, las bases para descifrar el código genético.

Los estudios de Severo Ochoa han llegado a compararse con el descubrimiento de la doble hélice del ADN. Fuera como fuera que él se considerara, los méritos que atesoraba, venía de una guerra. Podrían no haberle acogido.

Ser una persona de nuevo

Hace unos días, Raffai Hamo, el ingeniero sirio, comunicaba: "He sabido que voy a ir a Troy, Michigan. No sé nada de allí. Solo espero que sea seguro, un lugar donde la ciencia sea respetada. Solo quiero volver a trabajar. Quiero ser una persona de nuevo. No quiero que el mundo piense que estoy acabado. Todavía estoy aquí".

Una llamada de Europa a los científicos refugiados

Desde la Comisión Europea se lanzó a finales del año 2015 una iniciativa "para ayudar a científicos e investigadores refugiados a encontrar un trabajo acorde a su perfil para mejorar su situación y aprovechar sus habilidades y experiencia dentro del sistema de investigación en Europa". La propuesta se llamó Science4Refugees (Ciencia para Refugiados), y a los seis meses incluía ya a 210 instituciones científicas, 22 de ellas españolas, que habían habilitado unos 900 puestos.

Los resultados, sin embargo, han sido modestos. En ese tiempo solo 40 personas habían introducido su currículum en la base de datos, comentaban fuentes de la Comisión a la Agencia Sinc.

Paralelamente, a finales del 2016 un estudio publicado en la revista ‘Science’ mostraba los datos de una encuesta masiva para dilucidar cuál era el perfil de refugiado de mayor aceptación en Europa. Estas eran sus características: cristiano, torturado, no musulmán y que pueda contribuir a la economía.

La parte de las listas
Un estudio reciente publicado en 'Pnas' recoge que nuestra compasión se diluye cuando pensamos en muchas personas, incluso cuando pasamos simplemente de una a dos. La foto de Aylan –el niño sirio inerte en las playas turcas– hizo saltar exponencialmente las ayudas y contribuyó a flexibilizar las políticas. Aunque luego estas fueran claramente insuficientes, aunque la atención decayera apenas unos días después.

En su novela ‘2666’, Roberto Bolaño introdujo un capítulo llamado ‘La parte de los crímenes’, un listado-narración exhaustivamente prolijo de los asesinatos de mujeres en una región de México. Aunque son más de doscientos, la compasión también resulta de la acumulación individual.

De forma mucho más breve, tosca y seguramente ineficaz, esta breve lista de algunos de los muchos científicos que sufrieron la persecución y el exilio:

Albert Einstein; su amigo Leo Szilard, con quien marcó el inicio del proyecto Manhattan y con quien patentó una nueva forma de fabricar frigoríficos; Rudolf Peierls; Felix Blosch; Enrique Moles, químico encarcelado tras regresar de su exilio en Francia; Hans Bethe; Joan B. Peset Aleixandre, fusilado por las fuerzas franquistas; Josep Trueta; Lisa Meitner; César Milstein; Claude Lévi-Strauss; Philip Emeagwali, llamado el Bill Gates de África, que pasó su infancia en un campo de refugiados; la psiquiatra Nawal El Saadawi; San Thang, candidato al Nobel de Química que huyó de la guerra de Vietnam; Blas Cabrera; Johannes Kepler; Sigmund Freud.

¿Aylan?

El ingeniero sirio Raffai Hamo.

 
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