Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Un brindis por el científico de los toreros

"Al doctor Fleming, en agradecimiento de los toreros. 14 mayo 1964".
"Al doctor Fleming, en agradecimiento de los toreros. 14 mayo 1964".
M. Peinado

En los alrededores de la madrileña plaza de toros de Las Ventas hay una escultura de 1964 en la que un diestro de bronce saluda, montera en mano, a un famoso científico. No es otro que Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina. Al fin y al cabo, como reflexiona David Sucunza en el blog Principia, es normal que un gremio con riesgo de visitar varias veces el quirófano durante su carrera agradezca vivir en una sociedad con antibióticos, en la que ya es impensable morir por una bacteria que ha infectado una cornada. ¿Pero fue su descubrimiento una anécdota de serendipia sencilla? ¿Es suyo todo el mérito? Nada de eso. Sucunza nos cuenta la historia completa, desde el momento en que en un hospital de Londres Fleming descubrió que el jugo segregado por el hongo Penicillium notatum inhibe el crecimiento de distintas bacterias y abandonó por algún tiempo la idea, desalentado por las dificultades, hasta que una década después un investigador de Oxford llamado Ernst Chain reabrió la investigación y consiguió lo que para Fleming no había sido posible: aislar el principio activo antibacteriano. La historia culmina con el viaje a Estados Unidos del superior de Chain, Howard Florey, para conseguir que la industria farmacéutica de este país se involucrara en la producción del fármaco. Por lo tanto, para ser justos, la escultura madrileña debería tener también las figuras de Chain y Forey, que junto a Fleming recibieron en 1945 el premio Nobel de Medicina.

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