Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Torres Quevedo: El mayor inventor de su época

El transbordador del Niágara cumple cien años, cien años en los que nunca ha dejado de funcionar. Esta efemérides ha sido la razón para declarar este 2016 Año de Leonardo Torres Quevedo, el brillante ingeniero español que es su autor. Pero no es solo eso, Torres Quevedo inventó el telekino, antecedente de los drones, con sus dirigibles estableció leyes de aeroestática que todavía se siguen, y construyó el primer ordenador en sentido actual de la historia.

Imágenes de un telekino, pruebas con dirigible en 1907 en Guadalajara y transbordador del monte Ulía
Imágenes de un telekino, pruebas con dirigible en 1907 en Guadalajara y transbordador del monte Ulía
Coleccion Francisco González

El 8 de agosto de 1916 se inauguraba en Niágara (Ontario, Canadá) el primer teleférico para pasajeros de toda Norteamérica, el ‘Niagara Spanish Aerocar’, experiencia pionera en lo que hoy conocemos como I+D+i. En efecto, había sido construido por una empresa española registrada en Canadá, The Niagara Spanish Aerocar Company, con capital español, administradores españoles, ingeniero constructor español, material transportado desde España a Canadá en mitad de la I Guerra Mundial, explotación comercial inicial española… y todo ello siguiendo las patentes de un ingeniero montañés, Leonardo Torres Quevedo (Santa Cruz de Iguña, Cantabria, 1852-Madrid, 1936), presentadas a partir de 1887, en Alemania, Suiza, Francia, Reino Unido, Canadá, Austria, España, Italia y los EE. UU., y la experiencia adquirida en el primer teleférico para pasajeros del mundo, su transbordador del monte Ulía en San Sebastián (1907).




Y es que Leonardo Torres Quevedo ocupa un lugar de excepcional relieve en la historia universal de la ciencia y de la técnica.


Así, dando por terminadas infructuosamente las gestiones para construir el primer transbordador de su sistema en el monte Pilatus (Luzerna, Suiza), durante la década de 1890, presentaba en Francia sus trabajos teóricos sobre las máquinas algébricas (máquinas que resuelven ecuaciones) acompañadas por modelos de demostración, alcanzando el reconocimiento nacional e internacional como figura mundial del cálculo mecánico.


Seguidamente, entre 1901 y 1906 concibió un sistema de dirigibles autorrígidos, patentados hace ahora 110 años en España, Francia y el Reino Unido, con el que estableció los fundamentos para la aerostación dirigida hasta el presente. Comercializados desde Francia a partir de 1911 por la casa Astra, se consagraron como los más efectivos para la lucha antisubmarina, protección de convoyes y vigilancia de las costas durante la I Guerra Mundial, operando en las Armadas de Francia, el Reino Unido, Rusia y los Estados Unidos. Durante los años 1920 se siguieron fabricando por parte de la casa Astra (con unidades vendidas a Francia y a Japón), tarea que continuaría la casa Zodiac en los años 1930. Y, con nuevos materiales, se han seguido construyendo a lo largo del siglo XX (y se siguen construyendo en nuestros días) en países como Francia o Rusia.




Complementariamente, entre 1902 y 1903, don Leonardo patentó en Francia, España, Reino Unido y Estados Unidos el primer aparato de mando a distancia de la historia, el Telekino. Estaba concebido para el control remoto de sus dirigibles sin arriesgar vidas humanas, y se ensayaría, en presencia del rey Alfonso XIII en Bilbao, también hace ahora 110 años (en septiembre de 1906), teledirigiendo el bote ‘Vizcaya’. Reconocido por el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) con un Milestone «por haber establecido los principios operacionales del moderno control remoto sin cables», el Telekino constituye el precedente directo de los drones, de radical vigencia hoy en día.


Pero Torres Quevedo, además de ingeniero de caminos, aeronáutico, industrial y de telecomunicaciones, también fue ingeniero naval. En efecto, en 1913 unió náutica y aeronáutica en su patente del Buque-campamento, un barco portadirigibles cuyo diseño integraría la Armada española años después en nuestro primer porta-aeronaves (hidroaviones y dirigibles), el ‘Dédalo’ (1922). Complementariamente, en 1916, mientras la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales le concedía la Medalla Echegaray, Torres Quevedo obtenía en España y Francia la patente de su Binave, pionera concepción de esos catamaranes de casco metálico que protagonizan el presente en el transporte marítimo express de pasajeros en todo el mundo.


En este mundo actual en el que vivimos, gobernado por las tecnologías de la información y la comunicación, destaca el papel visionario de Torres Quevedo como creador de una nueva ciencia, la automática, y de las máquinas prácticas que demostraban sus concepciones teóricas. En efecto, con su obra escrita cumbre, los ‘Ensayos sobre Automática’ (1914), sus Ajedrecistas de 1912 y 1922 (autómatas que ‘piensan’, con los que un humano juega –y pierde indefectiblemente– un final de partida de torre y rey contra rey) y su Aritmómetro electromecánico (1920), el primer ordenador en sentido actual de la historia, se adelantaría en varias décadas a los pioneros (teóricos y prácticos) de la informática, la automática y la inteligencia artificial del siglo XX.


¿Le extrañará a estas alturas a alguien que en 1930 Maurice d’Ocagne (presidente de la Sociedad Matemática Francesa) caracterizase a Torres Quevedo en las páginas de Figaro como «el más prodigioso inventor de su tiempo»?

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