Tercer Milenio

En colaboración con ITA

De los anteojos solares de Galileo a las gafas de las estrellas

Ahora que ya se anticipa la llegada del ansiado verano, es momento de adoptar decisiones tan importantes como escoger las lentes para el sol que mejor se adaptan a nuestras necesidades y objetivos. Una decisión propia de un genio

Observación solar con telescopio desde el Espacio 0.42 de Walqa.
Observación solar con telescopio desde el Espacio 0.42 de Walqa.
Heraldo

Cuando se consulta el diccionario de la Real Academia Española (RAE) se constata que un ‘anteojo’ es un «instrumento óptico que, mediante un tubo con dos lentes situadas en sus extremos, amplía las imágenes de los objetos lejanos». En tanto que se define ‘telescopio’ como «instrumento que consta de dos lentes o espejos curvos y que permite ver agrandada una imagen de un objeto lejano, en especial los cuerpos celestes».


De lo que se deduce que, si bien todos los anteojos son telescopios, no todos los telescopios son anteojos. Solo los telescopios refractores, esto es, los que montan lentes, frente a los telescopios reflectores, que disponen espejos curvos.


Sin embargo, a poco que uno (se) enrede con el diccionario, descubre que, en realidad, tampoco todos los anteojos son telescopios, dado que ‘anteojos’ es sinónimo de lentes o gafas.Visionarios

Bien mirado, tiene su lógica, pues Hans Lippershey, un fabricante holandés de lentes y gafas, es considerado el inventor ‘oficial’ del telescopio. Por aquel entonces, más bien ‘catalejo’ (según la RAE, «anteojo portátil… y extensible») y que fue denominado originariamente como ‘kijker’ (‘mirador’, en el idioma natal de su inventor) y como ‘spyglass’, en inglés. Un término acorde al fin militar al que en un principio estaba destinado: espiar las naves y tropas enemigas.


El primero en convertirlo en telescopio, al menos en la acepción de observar objetos celestes, fue Galileo Galilei, quien, tras construir un aparato mejorado, capaz de aumentar 30 veces la imagen, tuvo a bien dirigirlo hacia el firmamento en lo que fueron las primeras y muy notables observaciones astronómicas telescópicas. Lo curioso es que Galileo se refería a su aparato como ‘instrumentum’, ‘organum’ y, sobre todo, ‘perspicillum’ (‘lente óptica’) cuando escribía en latín; en tanto que en su toscano materno lo designaba como ‘occhiale’ (que en su forma del plural, ‘occhiali’, significa lentes o anteojos). El término ‘telescopio’ (del griego ‘teles kopos’, ‘mirar lejos’) fue acuñado en 1611 en una cena en honor a Galilei y su invento en la Academia dei Lincei. Y gustó tanto que, poco después, inspiraría el término microscopio para designar al ‘occhiolino’ construido por Galileo.


Así pues, los anteojos ya eran telescopios para cuando, en 1672, Isaac Newton fabricó el primer telescopio reflector; recuérdese, que emplea espejos curvos para focalizar la imagen. Con ello se ganaba calidad, ya que los espejos, a diferencia de las lentes, no producen brillos ni franjas periféricas; y capacidad de aumento, ya que es más fácil construir espejos curvos grandes que lentes equivalentes. Apenas unos meses después, el telescopio reflector alcanzó su perfección actual con el denominado modelo gregoriano (en honor a su diseñador, James Gregory). De hecho, el telescopio astronómico Isaac Newton de la isla de La Palma es un aparato gregoriano.


Fue también Galileo, en 1610, el primero en observar el sol con sus anteojos, lo que le permitió descubrir (y describir) las manchas solares. Aunque, contrariamente a lo que afirma la extendida leyenda urbana, no fue esta la causa de su postrera ceguera (a la venerable edad de 72 años y, al parecer, consecuencia de una combinación de cataratas y glaucoma). Galileo tuvo la precaución de limitar sus primeras observaciones solares al amanecer y la puesta del astro. Y, posteriormente, recurriría a proyectar la imagen sobre una superficie, tal cual se hace, sin ir más lejos, en las demostraciones públicas que se efectúan cada vez que se produce un eclipse visible.


Los primeros anteojos o gafas de sol ‘modernas’ fueron introducidos en 1929 por la Foster Grant (compañía fundada por Sam Foster) y lanzadas al estrellato por las estrellas hoolywoodienses. Según la versión oficial, para protegerse de los potentes focos de los estudios, aunque la versión original apunta que, más bien, recurrían a ellas para ocultar las consecuencias de sus excesos a miradas ‘espías’ y preservar una reputación sin mácula.

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