Lluvia de pétalos en el Encuentro del Nazareno

El paso del Cristo se cruzó un año más con la imagen de la Virgen de la Soledad bajo el Arquillo del Arrabal ante la atenta mirada de cientos de espectadores.

Estampa de los pasos del Nazareno y la Virgen de la Soledad junto al Arquillo.
Estampa de los pasos del Nazareno y la Virgen de la Soledad junto al Arquillo.
Jorge Escudero

El manto bordado en oro de la Virgen de la Soledad brilló ayer con una fuerza inusual bajo el Arquillo del barrio del Arrabal ante los rayos de un sol espléndido. A su lado, el paso del Nazareno, con el que se cumplió un año más el rito de la procesión del Encuentro.

En realidad, la unión de las dos imágenes bajo este monumento, que forma parte de la conducción renacentista de agua a la ciudad de Teruel, fue el preámbulo del viacrucis que, por el camino del cementerio, ofició el obispo turolense, Antonio Gómez Cantero, a las cuatro de la tarde.

El inicio del acto se produjo en la iglesia de San Martín, con la salida de la procesión del Nazareno, una réplica realizada por el alcorisano José Félez de la talla original de 1940 que, por su antigüedad, permanece durante todo el año en la iglesia de la Merced. Los percusionistas de la banda de la cofradía marcaron un redoble con sus tambores y bombos en la plaza Mayor del barrio del Arrabal, poco antes de unirse a los monjes franciscanos y al obispo, que partieron siguiendo una tradición ancestral surgida en el convento de San Francisco.

La última en llegar fue la hermosa talla de la Soledad, que, con el rostro doliente, salió de la iglesia de Santa Clara, en donde se le rinde culto durante todo el año. La virgen recibió en el encuentro con el Nazareno una lluvia de pétalos de rosas, que inundaron de fragantes notas la zona del Arquillo.

La cofradía de Nuestra Señora de la Soledad celebra este año el 75 aniversario de su refundación, que tendrá su momento álgido en la procesión del sábado con la dedicatoria de jotas a la virgen. Ayer, los cofrades, recordaban que la escultura, fechada en el siglo XVII, es una de las más antiguas de la imaginería religiosa turolense. Con su lacrimoso rostro parecía recordar las peripecias vividas hace ochenta años. La talla fue escondida en una vivienda particular de la calle Yagüe de Salas para no ser destruida durante la Guerra Civil. Pero, posteriormente, sobrevivió milagrosamente a los bombardeos que sufrió la casa, tras ser encontrada intacta la talla entre las ruinas del edificio.

Con la participación de unos doscientos cofrades, costaleros y percusionistas de las hermandades del Nazareno y de Nuestra Señora de la Esperanza, el viacrucis de ayer fue uno de los más multitudinarios de los últimos años. El buen tiempo contribuyó a que este acto, que recorre el camino del Calvario siguiendo las estaciones de la Pasión, fuese mayoritariamente secundado. Al finalizar, el obispo pronunció unas palabras en la explanada del cementerio.

Por la mañana, la ciudad celebró el Domingo de Ramos con la procesión de la Entrada de Jesús en Jerusalén, ‘La burrica’ como popularmente se conoce.

El conjunto escultórico, compuesto por cuatro figuras, es uno de los de menor tamaño de la Semana Santa turolense, pero, a pesar de ello, es el único que se transporta con ruedas a causa de la escasez de miembros de la cofradía. Ayer no fue una excepción, y medio centenar de cofrades, incluida la banda, ataviados con indumentaria hebrea de tonos blancos y azules y portando palmas, trasladaron la imagen desde la iglesia de San José, en el barrio del Ensanche, hasta el Casco Histórico.

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