El ciego y Goya

Microrrelato de Ernesto Navarro, finalista en la categoría de Ceguera.

Apenas tengo recuerdos. Solo voces. He aprendido a vivir entre golpes y risas. La vida me agota. Heladores inviernos y bochornosos veranos sin sombra. Nadie me da cobijo y duermo donde puedo. Estoy cansado. Cuando el sueño me invade, doblo las rodillas y me dejo caer. Mi viejo perro es mi única escolta.

El ciego, el loco, el viejo, el tonto del perro. He olvidado mi nombre. No me queda más que reír, bailar, cantar, entretener a unos bastardos sin alma y oír el tintineo de alguna moneda caer junto a mí. Nadie las deposita en el sombrero excepto la vieja Pascuala. Todos gozan viéndome humillado en el suelo. Pocas veces consigo una comida caliente. Solo mi perro me escucha, me entiende, pero cada vez somos viejos, valemos menos y más se agudiza la dependencia que tenemos. Caminamos hacia nada.

Una única ruta conocemos; el camino a la iglesia, y cada día hay más miseria y menos limosnas del cura.

Ahora solo me preocupa encontrar mi sandalia. La perdí hace días. He preguntado y nadie contesta, todos se ríen. Debo encontrarla antes del  invierno. Las noches son frías y mis desgarradas vestiduras apenas me protegen.

Fui esposo, y amé. Tuve un hijo, y fui amado, pero quedé ciego y un día dejé de oírlos. No sé dónde fueron. Perdí sus voces, su contacto. Dejaron de ser mi familia y mi casa dejó de ser un hogar sin entender qué había pasado.

Hace unos días me pintó un hombre llamado Goya. Fue difícil entenderle, era sordo. Me dio muchas monedas. Creí que todo iba a cambiar, me hice ilusiones. Las últimas.

Nada ha cambiado. Todo está igual. No sé quién es ni cómo pedirle ayuda. No sé si me pintará de nuevo y me dará más monedas. Nada cambiará, nada, lo intuyo. Seguiré siendo el ciego, el loco, el viejo, el tonto del perro hasta que muera.

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