​"El alcoholismo es la enfermedad del alma. Tienes que estar roto para pedir ayuda"

Enrique Ruiz, de 69 años, es voluntario en grupos de autoayuda de la parroquia del Carmen, en Zaragoza.

Enrique Ruiz Burillo, ya jubilado, asiste como voluntario los martes a un grupo de autoayuda con pacientes alcohólicos.
Enrique Ruiz Burillo, ya jubilado, asiste como voluntario los martes a un grupo de autoayuda con pacientes alcohólicos.
P. B. P.

"El alcoholismo es la enfermedad del alma, una enfermedad maldita. Tienes que estar hundido para plantarte y decir qué es lo que hay que hacer". Enrique Ruiz Burillo, jubilado, de 69 años, no se cansa de repetir esa frase. Lo dice en cada grupo de autoayuda al que asiste y a cada enfermo que, como él en su día, se ha propuesto plantarle cara a esta "enfermedad maldita".


"El alcoholismo te da la oportunidad de conocer el infierno antes de destrozar absolutamente todo: a la persona, a la familia, su trabajo, el entorno... En 30 años todavía no he conocido a uno que me diga: yo he sido feliz mientras bebía", confiesa este voluntario, ya jubilado, que sigue colaborando con la parroquia del Carmen y su proyecto de Rehabilitación de Alcohol.


Desde esta iniciativa social que cumple ya 25 años, lo que se intenta -indica- es que la persona que reciba esa ayuda se empiece "a querer y a valorar; a perdonarse y a apreciar todo lo que le rodea" después de todo lo vivido por culpa del alcohol.


"El proceso es muy lento, porque el roto que hay en todas las personas es muy grande. A menudo son grandes mentirosos y lo primero es hacer aterrizar a esa persona para que empiece a ser sincero con él mismo", explica este voluntario.


Él tenía 38 años cuando tocó fondo y decidió plantarse. Había estado ingresado en tres hospitales distintos y en reiteradas ocasiones. "Al final ya me conocían y no querían ni desintoxicarme... Un doctor con el que guardaba buena relación me dijo que lo único que le quedaba ya era mandarme a la parroquia del Carmen", recuerda hoy este voluntario al que en su día también le tendieron un puente. "Estaba tan sumamente mal que me presenté allí al día siguiente. Una chica me dio un papel que todavía guardo en el que ponía: 'para participar en este proyecto se necesitan verdaderos deseos de hacer frente a la enfermedad del alcohol'. Nada más oír eso se me abrió el cielo y aquella cara me sigue acompañando a día de hoy", cuenta con una sonrisa. 


Pese a todo, este jubilado recuerda en cada encuentro con otros enfermos la "agonía constante" que supone el vivir el alcoholismo. "El alcohol no deja de ser una droga que da mucho cuartelillo y te lleva donde te lleva para poder funcionar. Al final, es un periodo de deterioro tan largo, que cuando por fin levantas la mano y pides ayuda, estás destrozado tú y todo lo que te rodea", lamenta.


La ventaja, por el contrario, la encuentran al tiempo, cuando ya rehabilitado uno hace balance de todo lo pasado y aprende a valorar lo que con ayuda y fuerza de voluntad ha logrado: "Por regla general, el que sale de esta historia levanta un muro, pero hay otros que se quedan. La grandeza que tiene el alcohólico rehabilitado es el ponerse las zapatillas del que viene completamente roto y se 'desnuda' para ayudarlo". 


Enrique, ya jubilado, lo sigue haciendo cada martes en un grupo de autoayuda con pacientes alcohólicos de la parroquia del Carmen. Anteriormente fue uno de los educadores del Centro de Rehabilitación de Alcohol de Miralbueno y reconoce haberse sentido un "privilegiado" cuando se le ofreció la oportunidad de "transmitir a otros enfermos que hay otra manera de vivir", lejos de las mentiras, la cobardía y la desconfianza a la que conduce el alcoholismo.


"Cuando echo la vista atrás me doy cuenta de que lo más grande que tengo es el recuerdo de la ayuda prestada a esas personas para salir de este infierno", dice agradecido.


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