El caballero de piedra

Lola yacía junto al Caballito de la Lonja. Sólo una fachada separaba los turistas, hambrientos de fotos y frutas de Aragón, de su fantasía. Soñaba con galopar aquel corcel y conquistar las cimas de la princesa Pirene. Dando un respiro al libro de Óscar Sipán, alzó la mirada. Enfrente, Manuel. En el puente de Piedra, custodiado por dos leones, sus voces: amor contra cordura. Mirándolo gritó en silencio: “Cruza a mi mundo, caballero testarudo. Abandona tus mentiras de piedra”.

Caminaba deprisa. Pasando por el puente, el Ebro tarareó un tema de Charles Aznavour y la vió. ¿Qué leerá?- pensó. Sólo Lola despertaba al egiptólogo que un día vivió en él para comprender cada uno de sus jeroglíficos. Podrías comprar palomitas y sentarte a su lado, dijo uno de los leones. La vida no son caballos alados ni tardes de lectura dijo el otro. Manuel la miró a lo lejos y pensó lo que jamás le diría. Castigando su destino siguió caminando, impertérrito, haciendo de sus vidas dos líneas paralelas.

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