El último adiós

Llevaba saliendo en la ofrenda desde que era joven, allá por el año 1958; nunca había fallado; ni siquiera aquel año maldito en que perdió a Pilarín quince días antes, pero entre lágrimas, apenas disimuladas, entregó su ramo ante las miradas de los que le rodeaban, conmovidos por su extraordinaria devoción. Aquel año era distinto; pese a que sus hijas habían tratado de disuadirlo, su decisión era firme. Estaba perfectamente lúcido, pero su cuerpo ya no le acompañaba; una grave enfermedad había minado su organismo de tal forma, que le impedía caminar. Con la ayuda de sus hijas, se vistió con su traje de siempre, ató a la cabeza un vistoso pañuelo amarillo que le habían regalado ellas y salió con el corazón rebosante de alegría para hacer su ofrenda en silla de ruedas. En una mano llevaba el ramo y con la otra sujetaba una fotografía de su amada Pilarín. Sobre las once, con la mirada puesta en la imagen, ofreció los claveles, mientras partía a reunirse con ella.

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