El mes de las cerezas
Cada vez que llegaba junio volvía la misma escena a la hora del postre, como una especie de ritual jubiloso. Salía la fuente de cerezas y mi padre decía: Para cerezas buenas, las de Carenas. Mi madre -o a veces mi tía- replicaba: Las de la piedra. Y mi abuelo terciaba zanjando la discusión: Talegueras. A mis dos o tres años me sabía esto de memoria.
Era la víspera de San Juan y ese día se casaba mi tío. Mi madre, dicen, tenía un bombo espectacular. En la boda hubo misa, banquete y baile, y mucho calor como es propio de la estación. Por la noche mi madre ya no podía más y cuando pasaban cinco minutos de las doce salí triunfante en el piso de la calle Palomar, mientras se encendían las hogueras en las Tenerías y el parque de Bruil. Así que nací cuando estaba a punto de terminar el mes de las cerezas, que es también el de los primeros tomates buenos. Igual por eso siempre he tenido debilidad por todo lo rojo, o colorado y así. Aunque en realidad el color que me priva es el naranja.