Sierra de la Virgen

El melodioso trino del verdecillo da el pistoletazo de salida hacia la Sierra de la Virgen. Me asomo a la ventana y veo el trabajo incesante de las cigüeñas, en su afán de reconstruir su maltrecho nido, puesto que el invierno ha sido voraz. Son las ocho, huele a café y tostadas. Una bolsa de viaje rezuma cachivaches y fruta para el viaje. De camino elijo la carretera local que discurre por las hoces del río Jalón, donde muchos años atrás tuve mi primera experiencia con la observación de naturaleza durante una excursión con el colegio, descubriendo los beneficios de lo natural. Ahora, desde la ascensión por el sendero que corona la ermita, diviso el pueblo de Illueca. Veo cerezos, almendros en flor y al fondo el castillo de Mesones de Isuela de estilo Felipe Augusto. Desde aquí arriba pienso que los problemas cotidianos debidos a mi cruel enfermedad no son tan importantes, los cuidados paliativos y las interminables sesiones en planta quedan atrás, más allá de la Sierra de la Virgen.

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