El misterio del tiempo

En uno de sus paseos por el soto de Villafranca, el avispado niño Miguelín, alias “Aguilucho” dada su habilidad para pescar los más inverosímiles utensilios en las riberas del río, descubrió desconcertado un pequeño artilugio rectangular, como un espejo oscuro de negro vidrio.

Muchos lustros después, una crecida extraordinaria del Ebro trataba de ser contenida por un pequeño héroe, que fortificaba una mota natural al lado del Puente de Piedra; arriba, Michel, un espigado rapsoda del barrio del Boterón, observaba  ensimismado al voluntarioso castor,tanto que dejó caer su teléfono móvil a las aguas... Decenas de rimas y fotos desaparecerían para siempre, engullidas en el eterno pozo de San Lázaro.

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