La casa de la abuela

Llamó a su abogado diciéndole que por fin volvía a la casa de la abuela. Habían pasado casi cinco años desde que Nerea no regresaba al pequeño pueblo del Pirineo que la vio crecer.

Era una tarde de un soleado día de Abril cuando Nerea abrió la puerta de la casa. El poder de los recuerdos hizo que cayesen lágrimas por su rostro. Ni rastro del olor a especias que impregnaba las paredes años atrás. Olía a nuevo.

Al poco de fallecer la abuela, un incendio en un pajar cercano alcanzó la casa. Ella nunca creyó que fuese fortuito. La abuela hizo testamento, en su facultad de aragonesa, nombrándola única heredera.

Su abogado consiguió demostrar que aquello no fue un accidente y no le cobró tarifa por ello. Era el hombre con el que compartía su vida y con el que deseaba compartir aquella casa tan especial para ella.

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