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Por las mañanas, el Parque Bruil huele a acacias. Me señala un rincón y dice:

- Ahí tenían a una osa. En una jaula. Se llamaba Nicolasa. ¿Te lo había contado alguna vez?

- No – le miento-. Nunca.

Paseamos por el Coso y, como todos los días, se detiene en la tienda donde su padre le compró el primer traje. Ahora sólo es un escaparate lleno de polvo. Después, llegamos hasta donde estaba el cine Coliseo, donde vimos “El Cid” nuestra primera película juntos y, cerca de allí, en la esquina con Zurita, fue donde nos besamos. Lo volvemos a hacer y mi corazón late con fuerza. Regresamos a casa cuando ya atardece. Nos sentamos en el sofá y espero a que llegue el terrible momento de todas las noches. Me mira durante unos segundos en silencio y luego pregunta con sus ojos nadando en un océano de confusión:

- ¿Quién eres tú?

- No te preocupes- le digo mientras acaricio su mano- Todo está bien.

Y me consuelo pensando que mañana volveremos a pasear por nuestros recuerdos.

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