Llámalo libre

Fue en algún lugar cercano a Labuerda, en vacaciones, donde hallamos aquel mochuelo, de vuelo demasiado juvenil y extraviado. Papá consiguió atraparlo. ¡Qué fantástica sorpresa para mi hermano y para mí tan seguidores, en esos años, de los programas de Félix!

De acuerdo con tío Antonio, lo cobijamos en el antiguo caserón sito en la plaza Mayor, entonces alfolí. No le hacía ascos a la matanza habitual y, algunas noches, podía oírsele cantar. Cuando lo visitábamos, nos miraba fijamente y, mientras lo contemplábamos fascinados, movía su cabecita, en graciosa e hipnotizante oscilación.


Una caja de cartón del colmado nos ayudó al transporte, pocas semanas después. Solo tuvimos que entreabirla para que, tras otear brevemente alrededor, alzara un brioso vuelo y, finalmente, se confundiera con el carrascal del Sobrarbe...No, no le pusimos nombre alguno. Fue espontáneo, como el principio de una lluvia o el fútbol de unos niños en el parque; limpio, como la infancia o esa misma agua pluvial.

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