Destino

La carretera decide mostrarme el camino. Por si misma. Tras la cuesta que machaca mis piernas, el desvío. Lo encaro inconsciente. Sin pretender. Sin buscar. No tengo prisa, ni destino inminente. Los monegros a mi izquierda y al frente. No lo dudo. El sol brilla y se ha parado el cierzo. ¡Qué más da!


Apenas nada, ante mis ojos, un valle. Me sorprende. Hay un pueblo al fondo con dos torres. ¡Vaya vista desde aquí! ¡Que belleza! Será el azar que me lleva por fin a ese lugar que nunca encuentro.


Plantas con flores de colores salpican las cunetas. Amarillas, moradas, rojas, blancas… A ninguna de ellas alcanzo a ponerle nombre. Pero no me importa. ¿Acaso la belleza tiene por fuerza que tener nombre? Respiro hondo. Es primavera.

Mojo la pasta en el café con leche. A través del cristal veo los plataneros pelados que empiezan a echar sus primeras hojas. Está buenísima, de canela. Estoy en Pina. En la casa de la abuela.



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