Trofeos

Sandor y su hijo Mevin guiaban a un grupo de seis. Había atardecido y el cielo enturbiado sepultaba la vista. La noche brotaba densa e impenetrable, tal y como habían previsto. Cuando llegaron, la oscuridad envolvía la vieja ciudad de Zaragoza. La lenta reconquista iniciada por la naturaleza resultaba admirable. Suelos abiertos por tentáculos leñosos, edificios asfixiados en trepaderas, parques escondidos tras la maleza, desagües sellados con fango. La vida se regeneraba bajo un aspecto lúgubre.

Sandor se detuvo junto a un estrecho callejón semioculto por la broza:

-Están aquí.

Su olfato era infalible con los humanos. Los conocía bien. Cinco de ellos estaban escondidos en un pequeño edificio enmohecido de dos plantas. El olor era intenso, casi insoportable, cuando los tigres continuaron hacia el interior en busca de sus trofeos.



Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión