Despedida

Cuando Olvido descorrió el nudo que sujetaba la persiana, la pena que llevaba semanas agazapada se abrazó a su garganta. La penumbra invadió la estancia. Echó un último vistazo. Toda su vida, sus recuerdos amortajados. Así no cogen tanto polvo, le había dicho su madre. Y en la calle un día ceniciento, plomizo, bajaba desde la loma de San Just y se esparcía por toda la cuenca.

- Toma –la mano de Isabel, su vecina, le cogió la suya y le colgó en ella una bolsa- esto en cualquier rinconcico…

- No tenías…

- ¡Chica, si no es nada, cuatro patatas! –Isabel pensó en su suerte, a su marido le cogió la prejubilación.

Y después el tiempo detenido, abrazos interminables. Y los ojos enrojecidos de Olvido al subir al coche.

- ¿Lleváis el cinturón, chicos? –dijo sin atreverse a comprobarlo.

Y cuando echó a andar, vio todas las manos que se agitaban tristes en el aire, y tras ellas una vieja pared en la que todavía podía leerse aquella arenga ya caduca: “Mineros: soluciones o dinamita”.


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