La hija del Cierzo

Los adoquines de Alfonso I me devolvían los pasos en eco semejante a burla. Atrás dejaba la cúpula del Pilar, su titánica mirada en mi espalda me amilanó y sentí lo frugal de mi vida. Eran casi las diez de la noche sin almas en aquel oscuro momento en el que decidí irme para siempre.


El viento susurraba.


El hermético taxi me calmó y el tacto de los billetes de tren me reconfortó.


Pero en la estación sentí que los techos y las paredes me abandonaban, la tristeza se apoderó de mi. Estaba llorando de nuevo.


Cuatro años volviendo a aquella ciudad, al comienzo la feria del libro, alli donde la conocí en su puesto de poemas de Lorca y Machado de a uno.-Voy donde me lleva el viento-dijo. Hubo muchas más palabras, incluso versos y el lenguaje de los cuerpos.


Fuera de las estación el viento aullaba.


El año siguiente volví y no estaba. Volví a todas las ferias y fiestas donde pudieran querer poemas.Nunca estuvo. Quizas la habia soñado.


Sentado en el tren decidí que la olvidaría.


Fuera el viento bramaba.


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