España devorando a sus hijos

En su día no entendí el tiempo que me tocó sufrir y tampoco entiendo esta España disparatada y dócil que desprecia la cultura, el progreso, el futuro, que exhibe de manera obscena y pornográfica su ignorancia en esa caja que vocifera. Me pregunto quiénes son los sordos. Descubro atónito que cada día son más los que no oyen los miedos ni escuchan los gritos. Es como si jugaran a la gallinita ciega con el propósito de no despertarse nunca. El poder produce monstruos, corruptos ocultos tras la máscara grotesca de la sinrazón, que no tienen pesadillas porque jamás tuvieron sueños. Las sombras han ganado la batalla a la luces, a la Ilustración. Pinto indignado –como siempre, como nunca-; vienen a verme esos fantasmas de los que me despedí antaño, esos desastres que casi nadie parece ver ni oír. Mis latidos son la crónica negra del silencio, el amargo reflejo de la historia convulsa de un desahucio, de una nación a la que no se deja vivir en paz, a la que se despoja de su dignidad.


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