Equis

Se veían cada equis tiempo, cuando les apetecía, sin programarlo. En cada encuentro se repetían aquello de que eso no significaba nada, que no querían complicaciones, que ya eran mayorcitos. Nunca se veían más de una tarde o una noche, nunca dormían juntos, nunca pasaba nada que no tuviera que pasar. El sexo era notable y algo parecido a la felicidad se les instalaba en la medula espinal cada vez que estaban juntos.


Referencias familiares o confesiones íntimas, las justas. Un martes, él le dijo que le ascendían y que tendría que irse a Madrid. Se dijeron que no pasaba nada, que así era la vida, que lo bueno de la relación que habían tenido era que se podían despedir sin dramas, que eso era lo bueno de ser mayorcitos. Él tiene un puesto soberbio ahora y otra mujer ocasional, con la que se acuesta cada equis tiempo. Ella, casi un año después, sigue dando un rodeo considerable cuando sale del trabajo para pasar por delante del número 11 de la calle Don Jaime.


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