Acariciando un corazón de piedra

Aquel ser cualquiera había atropellado a todo el grupo que esperaba la luz verde para cruzar la Avenida de Navarra. Dos mujeres, yacían sin vida en la acera, el resto desparramado y mutilado. El hombre salió del vehículo para orinarse en el terrible escenario que acababa de componer.


El esposo y padre de las víctimas arremetía las paredes de su casa aquella noche; yo no quería sujetarlo, quería que reventara la casa a puñetazos, pero movido por ese resorte interior que traiciona nuestra desesperación, di paso al piloto automático, el que alberga los verdaderos recursos humanos: el abrazo fuerte que infunde seguridad y que rompe la resistencia, las lágrimas que comparten el dolor, y la dulce ternura del silencio; el consuelo… más adelante. Las palabras prematuras de consuelo enfurecen.


La esperanza, esa arma poderosa que yo esgrimo con buen oficio, no ha podido con un corazón ahora revestido en piedra.