Dios

Suena en la lejanía la nana de no tenerte mientras avanzo por Azanuy. A lo lejos puedo oler a madera quemada resguardándose del cierzo, pero yo camino hacia adelante. Y mientras ando y paso junto al cementerio, no se me ocurre otra cosa que pronunciarte.


Dios, a ti hablo, que te has tomado la licencia de existir sólo para llevarte mis entrañas. Te reclamo una sanación a la altura de la pérdida, porque dejarse morir duele, y no sé si es justo.


Muero de sentirme muy vivo, Dios, ahora que siento su dolor. Sí, el suyo, ahora, que no consigo andar y no sé si es por el viento. Estoy intentando no volver la mirada atrás, ahí donde sé que estará viéndome partir mientras me atuso la barba como costumbre casi maníaca producida por los nervios.


Dios, que no entiendo aún las razones. Él ha decidido desaparecer en este paisaje de La Litera, campos de plantación y rocas, ese que nos ha dado la vida y me ha dado la muerte.


Y, Dios… yo estoy solo conmigo mismo mientras parto.


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