Cuentos a la samaritana

Nadie comprendía que aquel hombre contase cuentos a la samaritana de la fuente. Aunque siempre he pensado que la Plaza de la Justicia, sería distinta sin él.


Cada mañana, cuando llego a ella para abrir mi pequeña y vieja panadería, él ya está sentado al borde de la fuente, siempre con el mismo libro entre las manos.


Todos los días decenas de personas pasan delante de él, la mayoría lo hace de largo, otras se quedan mirándole como si a ellas nunca les hubiesen contado un cuento, y algunos de mis habituales clientes solo afirman que está loco.


Una mañana, una nueva clienta que escuchaba los comentarios sobre aquel hombre, dijo una frase que nunca olvidaré: “Desde luego en esta ciudad no hay rincón sin historias que observar.”


Y es cierto. Ver la misma escena todos los días, me recuerda que las personas hacen especial un lugar, y que el mundo es cruel y no se detiene ni tan siquiera por un niño al que le gustaba leer y jugar con el agua, ni por un desafortunado accidente que dejo empapado el libro que sostiene día tras día aquel hombre sobre sus manos.


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