Aquel niño de un pueblo de Teruel

El médico fue contundente, pero para mí no fue ninguna sorpresa. Al llegar a casa cogí mi pequeña maleta con lo imprescindible y bajé a la calle. El joven vecino me esperaba en el coche. Me hacía un gran favor al llevarme al pueblo de Teruel donde me crié. Llegamos: ¿Está seguro don Rafael, no parece muy solo esto? El pueblo estaba muerto, comido por las hierbas; ya nadie lo habitaba. Cerré los ojos y rememoré aquellos días de mi niñez, llenos de carreras, risas, luz y alegría, cuando las calles bullían: el sabor a sombra del agua del botijo, carreras, risas, juegos, primeros besos... Sí, era un buen punto final. Busqué la vieja casa familiar, aún en pie y me senté en el poyo de la entrada. Mientras mis pulmones crujían ardientes, cerré los ojos y volví a ser aquel niño, imaginando los mil ruidos y voces que allí había vivido. Por la noche ya no podía respirar, se me iba la vida; entonces la vi a ella, venía sonriéndome: fue mi primera novia... Nunca volví a amar de esa manera...


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