Rutina

Realmente era una mujer ordenada y constante. Amaba los horarios y la puntualidad. Todo lo tenía previsto. No le importaba lo nuevo. Para novedades estaba allí su saltarín Bito al que le daba la justa correa en su salida vespertina para que husmeara y jugara con sus amigos. Ladridos pocos y bajo rápida reprimenda. Paseo arriba, paseo abajo, en línea recta, salvando los pocos obstáculos de manera distraída, pensando en sus cosas que ni siquiera el tintan del tranvía alteraba. Las imágenes de los objetos las sentía borrosas, siempre confusas: unos juegos infantiles, unos bultos, ballenas les llaman, una escultura… Todo siempre así, rutinario. Pero un día, una de las mujeres esculpidas le llamó la atención: demasiado delgada, ¿estará enferma?. Lo cierto es que su cara le sonaba, difusa como todo, pero le sonaba. De pronto, temblando en su camisón, de puntillas para no hacer ruido mientras la casa dormía, fue a descubrir a su Anita querida. Allí estaba. Era la de siempre.


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