El Pueblo

La vida pasa muy deprisa, el tiempo es efímero y las cosas buenas en muchas ocasiones se quedan en el camino. Escribo esto sentada en la silla de mi oficina sita en Paseo Sagasta, con el agobio de pensar que tengo que pagar las facturas, que no me quedan días de vacaciones que disfrutar y apenas tengo tiempo para leer libros. ¿Dónde quedan los largos veranos en La Almunia, cuando mi única preocupación era montar en bicicleta por la costera y salir a la fresca? Cuando paseaba por las calles y las señoras me paraban y preguntaban aquello de ‘’ ¿y tú, de quién eres? Cuando se me iluminaban los ojos al ver a mi abuelo girar la calle montado en su Vespino, después de una jornada en el campo, las mil y una guerras de agua contra tus amigos donde al final siempre acababas chipiada o cuando estábamos todos porque éramos suficientemente jóvenes para que ninguno tuviera trabajo. Las vacaciones parecían un suspiro, y sin embargo ahora, el sólo hecho de pensarlo te parecen una eternidad. Ahora regresas al pueblo los pocos días que tienes libres, y contados con cuentagotas. La diferencia es que disfrutas tomándote una buena copica de vino en una terraza frente al Pilar, que casi lloras de alegría cuando te dan un sábado de fiesta, y que dejas de trasnochar los sábados porque prefieres ir a ver un partido del CAI. Lo mejor de todo es que ahora estamos viviendo lo que en el futuro será ya nuestro pasado.


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