​La jota del cierzo

El 12 de octubre, el cierzo se levanta muy temprano y se engalana para visitar El Pilar. Desde el valle, río abajo, avanza raudo, emocionado por llegar pronto a Zaragoza; cuando lo hace, al llegar al Puente de Santiago saluda con alegría a todos los aragoneses que lo cruzan y les invita a bailar con él una jota en honor a la Pilarica. Pero nunca encuentra a nadie con quien ejecutar su ensayado baile. Al contrario, cuando notan su presencia, los aragoneses, como renegando de él, aprietan el paso y miran al suelo, concentrándose solamente en mantener la verticalidad. Y así, como siempre, alegre por estar allí pero a la vez triste por no poder bailar, el cierzo llega a la plaza del Pilar, se cuela hábilmente por entre los oferentes, asciende por el floreado manto de la Virgen y deposita un beso cálido en su hermoso rostro. Y luego, sin mirar atrás, continúa su camino mientras piensa si quizás el año que viene encontrará algún baturro con quien bailar su jota para ella.


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