Déjame

Despierto ansioso. Me incorporo y miro por la ventana, espero que no estés, pero ahí estás, lo sabía, siempre estás, tú me has despertado, molesto, silbido tenue y golpes arrítmicos en la ventana.

Me preparo para enfrentarte y te odio tanto que deseo golpearte, de nada serviría, no puedo ganar, si te grito me lo devuelves con una bofetada.

Salgo a la calle y vienes a mi encuentro, me golpeas y me encojo para aplacar la intensidad del ataque, avanzo a pesar de ti, todo es a pesar de ti. Podrías no estar, todo sería más fácil. Podrías ser más cálido, más suave, llegaría a quererte, pero no serías tú.

Tú eres crispado, furioso, incisivo, incansable, me persigues, me atenazas, me fatigas, me asfixias, me derrotas, si consigo esquivarte sé que esperas en la siguiente esquina para azotarme con una ráfaga más furiosa. Solo deseo que desaparezcas.

Entro en casa derrotado, extenuado, aliviado, siento calor al fin. Desconsolado.

¿Qué tal ha ido hijo? ¿Qué te pasa?

El cierzo pasa mamá, el cierzo.