Aragonesa

Tarde otoñal. Melancolía. Afuera, grises y llovizna. En el ventanal, ella.

La llaman la Aragonesa. Su nombre es Isabel, pero nadie lo recuerda .Lágrimas como

perlas ruedan por sus mejillas. El ya no está. El dolor se acrecienta en su pecho. No la

deja respirar.


Vuelven a su mente, como en un caleidoscopio, recuerdos de su Aragón natal.

La impronta imborrable del ser aragonés está grabada a fuego en su sangre.

Aragón. Tierra arisca. Paisaje árido y desolado. Matas de arbustos duros tachonan el

suelo pedregoso. De pronto, un valle. Un pequeño curso de agua serpentea entre las

rocas, aportando verdor al paisaje.


El río da una tregua a los sedientos campos, que se tiñen de mil tonos de verde.

Arboles salpicados aquí y allá. Indómito, sigue su curso, caracoleando entre los

erguidos e imponentes muros de las montañas .Conviven en ella resabios de la cultura

árabe y cristiana.


Abre sus bellos ojos negros. Todo ha sido un sueño.


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