Ahora que te has ido

Ahora que te has ido echo en falta tu mano, tan áspera, envolviendo con delicadeza a la mía, tan pequeña en comparación, y llevándome por estas calles y plazas cuya historia tan bien conocías. Pues en estas calles creciste, en ellas te hiciste hombre y aquí nos dejaste.

Si estos muros, si ésos árboles, pudieran repetir tus palabras, una a una.


Porque me da mucho miedo olvidarme algún día de aquellas historias que me narrabas, con esa voz tan ronca, durante nuestros largos paseos dominicales. ¿Recuerdas?

¡Qué feliz era sin saberlo, qué historias! Historias reales, familiares. Ya nadie me las volverá a contar.


Mira. Las palomas de la plaza te echan en falta. Ya nadie les da de comer. ¿Sabías?

Tus historias, decía. Por favor, que no caigan en el olvido, que no se las lleve el cierzo.

Si, el cierzo. Sopla con rabia arrastrándolo todo. Ya nadie me protege de él como tú lo hacías, con tus fuertes brazos.


Me siento tan frágil, sólo y sin ti.


Ahora que te has ido, abuelo, te echo tanto de menos.


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