Hechizo de sol

Margarita vivía en la costa levantina, arropada por el embrujo y la brisa del mar. Nunca se había encontrado tan cerca del sol. Todas las mañanas se levantaba temprano, desayunaba y se preparaba para ir al trabajo. En su camino, el sol la acompañaba durante todo el camino. Responsable en su trabajo y su vida, apenas salía, pero una cena con los amigos, y algunas copas en algún local de moda de la ciudad, sí era motivo para salir. Eso mismo ocurrió un domingo. El lunes se despertó tarde, miró el reloj con los ojos aún medio cerrados y exclamó: “¡Ostras, llegó tarde, ¿Cómo me he quedado dormida tanto tiempo?”. Su habitación no tenía luz, el sol no estaba ahí, estaba triste y no había salido. Al momento, Margarita entendió que la niña que lleva dentro, en ella ya había crecido, quería que el sol se despertara con ella todas las mañanas. Como cenicienta, se marcó una hora para volver a casa, no desequilibrar su ordenada vida, y no dejarse nunca el zapato de cristal.


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