El río
Agradecía la última reforma de la ciudad. Aunque antes tenía el disimulo
de los márgenes abandonados del río ahora tenía la rapidez y la comodidad de
llegar a las lindes más fácilmente.
Estaba en un pequeño merendero que el ayuntamiento había levantado en
uno de los márgenes del Ebro y donde sus "trabajos" descansaban bajo las
aguas.
Sacó el cuerpo atado del maletero del coche y lo arrastró hacia la orilla.
Allí esperaban cuerdas y unas pesas que fueron atadas prestamente al cuerpo
del prisionero que abrió los ojos e intentó zafarse del mortal desenlace. En ese
momento nuestro hombre se cercioró de que nadie se encontraba cerca, algo
fácil teniendo en cuenta que era de madrugada. Sólo le quedaba levantar el
cuerpo aún rebelde de su acompañante y, no sin esfuerzo, lanzarlo a las oscuras
aguas.
Al caer oyó el dos chapoteos. Alarmado, levantó la vista justo a tiempo de
observar, en un puente cercano, como una silueta oscura lo miraba.
Evidentemente también tenía algo que ocultar en el río.