El muerto en el entierro

Cuando se abrió paso con la intención de prender la mecha del cañón, supimos que deberíamos convocar elecciones. Agustina de Aragón se tambaleó y la peluca se movió tapándole media cara. El gabacho también intentó detenerlo, hincándole la bayoneta en la espalda, pero él se revolvió rompiendo la punta. A esas alturas, el público lloraba de risa. Eso era lo malo, que hiciera lo que hiciera Jose Mari, siempre le reían las gracias; y si hay algo peor que un déspota, es un déspota gracioso. Pero aquello acabaría con la elección de otro delegado. Ni ipods que regalara podrían más que los ejercicios resueltos del examen final de Matemáticas.