(In)vendible

Una mujer desesperada y sin recursos entró un día en una de las tantas casas de empeños que últimamente hay por Aragón (y por toda España) y le dijo al dueño:


– Mis hijos están hambrientos, cómpreme lo único que me queda: mis ilusiones personales.


El hombre se apiadó de ella y le pagó algo más de lo que valían según el catálogo, sus sueños de viajar y su deseo de estudiar y completar el bachillerato.


Al mes siguiente volvió y el prestamista con un guiño significativo preguntó:

– Discúlpeme señora, pero anhelos aparte ¿no tiene algo más relevante que vender?

La mujer lo miró a los ojos y con una tranquilidad excepcional le preguntó:

– Apelo a su sinceridad: si usted estuviera en mi lugar, ¿vendería su dignidad?

– No – contestó él abochornado.

– Pues esa es la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer: cuando se es buena gente, no importa el sexo, porque cada cual atesora sus principios y los defiende como buenamente puede, hasta cuando el enemigo es el hambre de sus hijos.