La muñeca de París

Tenía 6 años cuando mi padre me trajo la muñeca de París. Era rubia y con una melena larga. No se parecía nada a mí. Tenía una capa preciosa, azul, rosa y morada. Yo, entonces, quería ser chico y que me llamasen Manolito, así que le corté la melena. Me riñeron tanto, que luego le saqué los ojos, nadie me entendía.


Yo quería ser invisible y mirar todo tranquilamente sin que nadie me dijese nada. ¡Era un fastidio! Cada vez que me gustaba algo, no podía tocarlo, ni siquiera mirarlo o escucharlo, siempre molestaba.


Así que me hice rara, como lo que me gustaba a mí no era lo que me tenía que gustar, empecé a bostezar. En el colegio me hacían repetir todo muchas veces, ¡si ya lo sabía!, así que seguí bostezando hasta que hice 27 años.


Para entonces me ahogaba con palabras que no conseguían llegar a oírse. Estaba llena de algo oscuro. Un día, no pude contener más lo oscuro y reventé por los ojos. Empecé a llorar, y lloré tanto que se inundó la casa. Al principio, las lágrimas eran marrones y luego se volvieron claras y azules. Así es como empecé a ser yo, ya de mayor, de bastante mayor.